Smoking room, versión teatral de la película homónima de Julio Walovits y Roger Gual, se ha puesto en escena en el Teatro Cervantes como parte de la programación del Festival. Hacer una adaptación a teatro de una película no es nada nuevo al igual que ocurre al contrario. En este caso además cuenta con que son los mismos creadores de ambas los que intervienen en el proceso. En ambos casos el ambiente y el clima que sobrevuela juega a un naturalismo que trata de ofrecernos diálogos corrientes pero que esconden verdades que no se dicen. Naturalmente en la película los primeros planos jugaban un papel importante. En el caso de esta puesta en escena es obvio que sobre las tablas de un teatro no se puede lograr ese primer plano, aunque sí centrar la atención en lo que el director quiere resaltar. Y ese, al margen del precedente fílmico, es el logro de esta representación. Las conversaciones, que en realidad son casi monólogos en todos los casos, se concentran en espacios muy limitados en los que los actores se posicionan con mínimo movimiento, lo que les obliga a reducir las gesticulaciones y dirigir su interpretación hacia el texto. No hay duda que, para el espectador, para cualquiera que asiste a una conversación en la que no se dice nada porque se trata de evitar decir la verdad que pueda comprometerte, los juegos y giros pueden resultar cómicos. Y sin embargo la interpretación no va por ahí. Ninguno de los intérpretes está en comedia, y eso es lo más valorable: sostener esa realidad dramática a pesar que a los asistentes les pueda provocar la risa. Lo cierto es que el elenco hace un trabajo en el que no se podría destacar a ninguno, porque las ocasiones de lucimiento están equiparadas y bien aprovechadas. Sin duda la dirección de actores ha sabido aprovechar bien las destrezas personales e incluso se podría decir que se intuye cierta libertad personal a la hora de ser encarado el trabajo de cada intérprete. Pero esto ha logrado una coherencia que se puede disfrutar. La historia nos lleva a una serie de empleados de una empresa española filial recién absorbida por un grupo americano que quiere imponer unas nuevas normas. Aceptarlas o no, luchar contra alguna como, por ejemplo, tener que fumar en la calle, deriva en un juego de intrigas para lograr posibles ascensos en la nueva estructura. Traiciones y falsedades que se van concretando en el desarrollo dramático y que nos colocan delante de un espejo. Un trabajo muy teatral, como ya resultaba con el propio filme.