Federico, en carne viva del dramaturgo José Moreno Arenas se ha estrenado en el Festival de Teatro de Málaga por la compañía Apasionaria Producciones. Un texto que el azar ha hecho que tuviera algún conocimiento previo y que es una preciosa mirada reformadora de la figura de Federico García Lorca. Federico se enfrenta a sí en un diálogo con Margarita Xirgú, musa del autor. Pero ella representa esa etapa teatral folclórica a la que en un momento dado quiere aparcar para tomar otras derivas más innovadoras. Sabe Federico que no puede abandonar aquel drama que le ha hecho popular y reconocido, pero aun así su empeño y su anhelo es un nuevo estilo más en la vanguardia que ha descubierto en Europa y América. Seguir avanzando hasta encontrar la obra definitiva. De ahí la lucha entre su deseo de crecer y sus personajes, que de algún modo están presentes en la función cuando la propia Xirgú los interpreta.

Los diálogos están llenos de figuras retóricas que el autor José Moreno Arenas roba del propio García Lorca y las convierte en lenguaje, el idioma con que se expresa el universal granadino. Pero es esa imaginería la que se echa en falta en el espectáculo que, aunque la producción ha tratado de resolver con propiedad, la propuesta resulta limitadoramente austera. En algún momento hasta confusa. Sé que Federico aparece y desaparece del escenario por las alcantarillas, imagen que luego tiene que servir como contraposición a las cloacas, mundo donde quedan los demás, pero en la escenografía parece que el personaje entra y se va por un radiador, y eso que parece simple confunde. Así echamos de menos a la Bernarda Alba, la humana, en la que se basó el personaje y que surge de entre los espectadores para reprochar a la Bernarda que interpreta La Xirgú. Un juego maravilloso que se pierde por una proyección que hace creer (encuesta a pie de hall a la salida) que quien vemos es al personaje recriminando a la actriz.

Cuestiones de presupuestos que limitan a una producción, pero que aun así se pueden afinar. Las interpretaciones en cambio tienen un tono que encaja perfectamente con el espíritu del texto y logran la atención del espectador ante una historia que por momentos resulta terrible y angustiosa. Aunque no esté exenta de sorna en sus apelaciones al espectador de la sala al que reprocha que, en su actitud acomodaticia, le haya cargado con unas cadenas de las que ansía desprenderse. Cadenas del amor traicionero de su Granada, de su propia fama, de su homosexualidad.