«No me siento parte de nada, ni argentino, ni español, ni rockero, ni actor, ni poeta, ni escritor, ni de ningún equipo de fútbol; me defino más por lo que no soy que por lo que soy, soy el hombre nada que se dirige a ninguna parte». Así se define uno de los señores más lúcidos que he tenido el placer de conocer en persona, porque ya lo conocía desde hace casi veinte años, cuando mi novieta argentina me pasó un cassette con un grupo que me voló la cabeza. Era Super Chango con Andy Chango a la cabeza, un bendito hombre nada que lo es todo, es la autenticidad, la inteligencia y la verdadera honestidad brutal constante, libre hasta decir basta y con una ternura que te desarma con el superhéroe de sí mismo, apostando siempre por la verdad desgarrada aunque sea mentira. Dice que se le acabó el rock, pero tiene más rocanrol en un mechón de su enmarañado pelo que la suma de todo lo que nos venden como señores vestidos de Keith Richards, de postura y mensaje con menos fondo que una lata de chipirones. Su árbol genealógico lo borró de un plumazo el señor que registró a su abuelo proveniente de Ucrania, Fejerman le dejó, un apellido que no significa nada. De jovencito hizo un curso por correspondencia en la primera escuela de detectives de Argentina. Dice que nació cansado, pero su hiperactividad mental es asombrosa.

Vino a la madre patria a darnos en la oreja un soplo de aire fresco, descaro y franqueza psicotrópica, verdades como puños lisérgicas, psicoanálisis a golpes de guitarras, disparatados y gloriosos programas radiofónicos, artículos premonitorios de un futuro que es ahora, lleno de banalidad, gente de plástico y falso buenismo que ya despuntaba en su época y que hoy es una realidad. «Sos amigo de mis dos mejores amigos en Madrid, que hablan maravillas de vos. Nada puede salir mal...», así se presentaba a un servidor mientras lo aguardaba con el nerviosismo del encuentro de esas personas que te han acompañado sin saberlo en tu vida. Ahí estaba, desgarbado y con una mirada que denota complicidad sin decir palabra.

Promocionando su espectáculo El Hombre Nada en una televisión local, donde tuve el gusto de entrevistarle al alimón con el gran Roberto López, me asigné el papel de cicerone malaguita para cuidar sus pasos por esta ciudad. Pescaíto y confesiones; buenas noticias que le daba su manager, la incansable Raquel (a la que le debemos algún paquete que otro de tabaco) y la vida que, entre plato y plato te da su cal y arena: mientras disfrutábamos frente al mar, un problema de salud familiar le cambió el gesto. Ya en La Cochera Cabaret hizo un espectáculo brillante, un monólogo con destellos musicales, pero los que más brillaban eran sus destellos verbales, un torrente de ingenio, ternura y vida; su vida, la que diseccionaba con la franqueza del que nada tiene que perder y mucho que ganar, con frases como «No hemos madurado, pero estamos podridos» o «Hay que vivir para beber y beber para vivir». Certero como un francotirador en un campanario, arrancaba las risas y aplausos entregados de un público sorprendido por el nivel de los textos y la soltura de un Andy que nunca habían visto. Yo, que sabía la situación del día, lo duro que es centrarse y hacer reír cuando por dentro estás preocupado y triste por lo que pasa fuera de la cuarta pared, me emocioné bastante y nos fundimos en un abrazo en bambalinas. Me quité el sombrero y me partí la camisa por un tipo que es muy necesario en estos días más que nunca. Nos fuimos para el hotel para compartir la penúltima cerveza, con su pijama puesto y el corazón en la boca. Bendito seas, querido amigo. El día 25 de enero subiré a Madrid a disfrutar de su concierto con su banda, de los 20 años de su primer disco. Javier Gurruchaga, Ariel Rot, Candy Caramelo y un largo etcétera le acompañarán en ese día tan especial donde estaré disfrutando de la amistad sin concesiones de la gente nada, gente nada que lo son todo para mí. Benditos sean.

Nunca maduramos y estamos podridos.

(«Qué más da que la nada fuera nada si más nada será, después de todo, después de tanto todo para nada», José Hierro).