La comedia de las mentiras, coproducida por el Festival de Teatro Clásico de Mérida, es el texto de Sergi Pompermayer y Pep Anton Gómez que hemos podido ver sobre las tablas del Cervantes en el Festival de Málaga. En la publicidad se lee que es de Plauto, pero realmente el buen clásico no tiene culpa de nada más que de haber servido de inspiración a una comedia sencilla que no tiene otra pretensión que hacer pasar un rato agradable y echarse unas risas. Bien podía haber sido Muñoz Seca o Jorge Llopis el inspirador, pero como era para Mérida, pues Plauto. El enredo, los juegos de palabras, y los personajes arquetípicos. Realmente se trata de un vodevil, revista, opereta, comedia, ligera. Dos hermanos que pretenden casarse con sus respectivas parejas buscan ayuda del esclavo de la familia para conseguir mediante urdidos engaños el dinero patrimonial que sólo puede darles la tía solterona. A partir de ahí, un desatado mar de nuevas líneas para una trama que va buscando que el espectador se ría con eso que él sabe y el personaje engañado no. Para ello la escenografía se presenta también ligera, aunque juegue a desplazarse sobre sí misma creando una cierta variedad de ambientes en la estancia familiar donde se desarrolla. Iluminación práctica. Vale, no requiere más. Eso sí, la tecnología aparece en forma de microfonía, pero que realmente se podían haber ahorrado. Puede que para el auditorio de Mérida y otros coliseos al aire libre tenga sentido, pero en el Cervantes seguro que cualquiera de los actores sobre el escenario tenía capacidad para proyectar su voz. Porque, además, la sonorización dejaba mucho que desear y más que ayudar hacía incomprensibles algunos de los parlamentos. El buen hacer estaba del lado de los actores. Un elenco con diversos estilos cómicos, pero cómicos al final. Y lo de diversos estilos queda bastante patente ante lo que parece una dirección también ligera que se ha basado fundamentalmente en pedir le a los actores que resuelvan con sus mejores armas; aquellas que le dan mejor resultado ya garantizado como actores populares que son. Vamos, que la dirección ha ido a lo práctico. Por suerte, hay buenos elementos en el reparto, y ahí María Barranco sobresale como nadie, junto a un Paco Tous que se las sabe todas, compartiendo la frescura de Canco Rodríguez o Marta Guerras. Pero como comedia ligera sin intención crítica -detallito muy de Plauto- la risa se logró y el espectador al final se divirtió, que probablemente era lo que venía buscando.