¿Ser Quevedo en el escenario es más un lujo o una responsabilidad?

Salir a un escenario siempre es una responsabilidad. Es un acto responsable porque estás trabajando delante de unas personas que han decidido otorgarte el favor de concederte dos horas de su vida. Pero para mí, cada vez que salgo al escenario es un lujo pensar que se está cumpliendo todo aquello que soñé cuando era un chaval.

¿No es más complejo encarnar a un personaje histórico, por lo que representa y por la idea que se tiene de él?

Te diría que es lo mismo. El actor tiene la misma sensación al subir al escenario. Cada día, cuando acabo de interpretar a Quevedo me digo que algo tendré que haber hecho bien en la vida para que haya tenido la suerte de poder hacer este personaje.

Ha confesado que acaba exhausto en cada representación. ¿Sufre con el personaje?

Esas dos horas de agonía psíquica y física te hacen llegar hasta las agujetas.

Eso es involucrarse mucho. ¿Cree que es la única manera de llevar la emoción al patio de butacas?

Bueno, cada uno trabaja como puede. O como quiere. La línea de mi trabajo, desde luego, tiene que ver con entregar hasta la última gota de mi aliento físico. Con lo cual me preparo muchísimo. Y para mí no es un via crucis hacerlo, todo lo contrario: es un acto de liberación. Es un personaje que desde que sale al escenario se está muriendo. Y eso no se puede hacer desde una vitrina de la galería.

¿Cree que el florecimiento artístico del Siglo de Oro español es producto de la podredumbre política, como ocurrió con el Renacimiento y los Borgia?

Sí. Quevedo es un hombre que denuncia el estado corrupto del Barroco. Denuncia a una monarquía corrupta que acosa a los pobres y beneficia a los ricos de una manera brutal. Y lo hace desde un punto de vista bastante complicado, porque, sin decir que jugaba en los dos bandos, se beneficiaba de lo mejor de la corte y luego se jugaba la vida por poder decirle la verdad al rey.

¿No es ese el papel de los bufones: trabajar en la corte para cantarle a los poderosos sus vergüenzas?

Claro que en la obra de Quevedo hay mucho de sátira, pero cuando le pone a Felipe IV bajo la servilleta el memorial contra el conde duque de Olivares, una de las figuras más lúgubres y tristes de la historia de España, sabe perfectamente que está firmando su sentencia de muerte. Y ahí ya no hay bromas.

Buena parte de la grandeza de Quevedo reside también en la de sus enemigos. Además del conde duque de Olivares, Góngora fue su antagonista literario.

Sí. Para que la gente pueda entenderlo, Góngora era a Jaime Peñafiel, el periodista del ¡Hola!, lo que Quevedo a Paco Umbral.

¿No considera que ambos representaban las posturas opuestas de esas dos Españas irreconciliables que hoy perviven?

Cuando empecé a trabajar con 17 años, ahora tengo 56, viví la Transición en todo su esplendor y en toda su dificultad. Y siempre pensé que conseguiríamos acabar con el fantasma de las dos Españas: estaba equivocado.

¡Qué triste!

Totalmente. Me produce una tristeza infinita. Somos nosotros los que estamos retrocediendo. Los pueblos tienen la obligación de avanzar en la historia. Pero parece ser que tenemos una irresistible tendencia a mirar hacia atrás y quedarnos petrificados.

Son muchos los que todavía se resisten a la recuperación de la memoria histórica.

Acabar con las dos Españas significa acabar con el sufrimiento de todas esas personas que tienen a sus familiares enterrados en las cunetas, pertenecieran al bando que fuera. No es un tema de republicanos o nacionales. Además, parece ser, y así lo leo en los periódicos todos los días, que entre unos y otros nos hemos prohibido sentirnos orgullosos de pertenecer a una patria, a un país. Y eso es tremendo. Es algo que nos lo deberíamos mirar todos. La derecha, por apropiarse de los símbolos, y la izquierda, por rechazarlos sin ningún tipo de razón.

También deberíamos mirarnos el machismo. ¿No cree que la educación católica, que siempre ha colocado a la mujer en un plano inferior, es culpable de esta lacra social?

Absolutamente. No se reconoce la igualdad de la mujer mientras tengamos que imponerla por ley y mientras sigamos consintiendo que las mujeres obtengan un salario infinitamente inferior al de los hombres por desempeñar el mismo trabajo. Y mientras eso ocurra el feminismo debe ser radical. Además, mientras la iglesia católica conviva y permita la pederastia, no tiene nada que decir en la sociedad. La iglesia católica debería esconderse ante el oprobio de permitir y auspiciar actos infrahumanos como son abusar de los niños que tienen a su cargo.