El triunfo era un acto solemne nacido en la antigua Roma, en virtud del cual los generales victoriosos que según criterio del Senado habían logrado una importante victoria militar tenían el derecho de hacer un desfile apoteósico por las calles de la capital, montados en un carro y ungidos por una corona de laurel que sostenía el más ceñudo y desagradable de los senadores, que no cesaba de repetirle, para que no se lo creyera mucho el general, la frase: «Recuerda que eres un hombre». Ya han pasado unos años y muchas lluvias desde aquella costumbre, y hoy en día triunfar en la vida tiene un sentido menos sanguinario y que muchas veces se resume en los anuncios de coches y perfumes o en poseer un ordenador con la manzanita; para sentirse una persona triunfante no hay que matar cinco mil enemigos, basta con acercarse a un centro comercial o a un concesionario de automóviles.

Y sin embargo, hay personas que viven esto del triunfo de un modo diferente. Una de las muchas cosas que intento hacer y me salen de aquella manera es escribir teatro. Debido a este vicio de componer escenas, he tenido la oportunidad de conocer de cerca a quienes las representan, y es verdad que son reflejo fiel del mundillo del teatro: así, entremezclados, se encuentran la vanidad, el tesón, el ego desmesurado o la pasión por un oficio que tiene mucho de arriesgado y poco de agradecido. Una profesión en la que casi nadie cobra por ensayar o memorizar los textos, que tiene que lidiar con los gustos cambiantes del público, los caprichos de quienes hacen la programación cultural y una sociedad cada vez más uniforme e indiferente que es terreno abonado tanto para las mentes vendidas a la opción política vencedora como para las almas rebeldes e insobornables. Y cuando se conoce a alguien de la segunda clase, bien merece la pena haber aguantado a las otras, porque la verdad de su apuesta llega pura, transparente.

Una de estas personas maravillosas se define a sí misma como contador de historias. «Recuerdo muy bien cuál fue mi primera mentira artesanal -dice en su último montaje escénico-, mi primera historia, mi primer cuento. Y aún siento la necesidad inmortal e insaciable de mantener los ojos y los oídos de la gente enganchados a mis palabras, a mis gestos, a mis canciones, a mis letras, a lo que sea. Porque al fin sé quién soy, por fin puedo dejar de buscar libros de autoayuda, al final me he descubierto como quien realmente soy. Soy un contador. Y no puedo parar de contar. No voy a parar de contar lo que sea, como sea, a quien sea». Si, como dice Vittorio Gassman, un buen actor es un hombre que ofrece tan real la mentira que todos participan de ella, de Rafa Castillo, el contador de historias, podríamos decir que nos ofrece tan real la verdad que todos participamos de ella. Porque eso es el teatro: imaginar, ensayar y representar la verdad de las cosas y que nos llegue, nos moleste, nos emocione.

Sigo la trayectoria de Rafa Castillo y de su cómplice vital y teatral, Paki Díaz, desde hace bastantes años. Les he visto en la televisión, en la añorada librería Libritos, en cortometrajes y en obras de teatro; también nos hemos tomado alguna birra y, cómo no, hemos hablado de hacer algo juntos. Su cercanía, profesionalidad y calidad humana es algo que sale en las tablas, cuando quienes les conocemos solo somos espectadores y la magia de la cuarta pared nos separa por unos instantes que saben cocinar a fuego lento, con la experiencia que dan los años, las alegrías y las tristezas, para ofrecernos escenas eternas e irrepetibles, que duran lo que una función y se disipan cuando las luces se vuelven a encender, pero que nunca se van, que se han transformado en un poco más de sabiduría y de capacidad crítica. Y eso son Rafa y Paki, eso es el teatro.

Porque hay profesionales del teatro en Málaga que se merecen más reconocimiento, más público, más aplausos. Tenéis que ir a que os cuenten cosas, y así podréis descubrir que el triunfo en la vida no es que nadie te tenga que recordar que eres un hombre, sino que ya sepas sin que nadie te lo diga que eres una persona. Y un pedazo de actor y de actriz. Paki y Rafa, gracias por contaros.