Kiryl KedukSala María Cristina

Programa: obras de S. Rachmaninov, K. Szymanowski, C. Debussy, M. Ravel y F. Liszt.

El bielorruso Kiryl Keduk protagonizó el sábado el recital dentro del Ciclo Tocando las Estrellas que acoge la Sala María Cristina. Tarde desafortunada en lo meteorológico e interesante en lo musical que supo convocar a un buen número de aficionados. Recital a piano solo cargado de contrastes a medio camino entre el repertorio romántico y las primeras décadas del siglo pasado encarnado en los nombres de Ravel y Debussy, protagonistas de la segunda parte del concierto. En el piano de Keduk no existe la tibieza ni la duda gracias a una técnica firme y decididamente al ataque. Hablamos de un músico de intensidad que imprime en sus lecturas tiempos ágiles que en ocasiones dejan un estrecho margen a la simple recreación musical.

Rachmaninov publicó en la última década del diecinueve su Morceaus de fantaisie op. 3, página poco frecuente de las salas de concierto estructurada en cinco motivos del que destaca su preludio. Es innegable el valor técnico demostrado por este sobresaliente músico, que presentaría la obra como cuadros contrastados que en ocasiones apetecían opuestos frente al estilo evocador e interior que marca el preludio.

En plena Revolución Rusa Szymanowski emprende Masques op. 34 que recoge tres grandes mitos del pensamiento occidental entre los que destaca la Serenade Don Juan que cierra el tríptico. La lectura de Keduk evocaría cierto gusto romántico que plasma Szymanowski aunque impreciso en los destellos influenciados por Debussy. Todo lo contrario a lo expuesto en la Suite Bergamasque de Debussy que abría la segunda parte del recital y donde se descubrió a un pianista más sereno, de energía medida que amplió de este modo el horizonte expresivo hasta convertir el Clair de lune en auténtica orfebrería al teclado.

La Tarantella de Liszt cerraría el concierto en un arrojo de agilidad y virtuosismo, pero el otro foco de interés del programa se focalizaba en la versión que Keduk hizo de La Valse de M. Ravel. Decidido desde las brumas que imprime el compositor en el poema nuevamente se descubría a un intérprete incisivo que no dejaba espacio a la sucesión que encarna esta ensoñación, caracterizada por una línea dinámica en momentos galopante, correctísima en lo técnico aunque faltara en lo emocional.