Cuatro años de trabajo incansable y dos meses de preparación han hecho posible que el conjunto que capitanea el maestro Javier Claudio recogiera la aprobación del genio de Salzburgo. Como testigo, la Sala María Cristina, ese escenario idóneo para esta prueba de grado. La orquesta de cámara Promúsica ha marcado el punto de inflexión o si se prefiere de no retorno de la que podemos llamar escuela de cuerda malagueña. Ya existía, dormía cierto letargo o anonimato y es precisamente el maestro Claudio quien ha sabido abrir puertas y desperezar ventanas para dar sentido al Proyecto Promúsica. Con el cartel de no hay billetes y junto al Orfeón Universitario la María Cristina acogía, este pasado sábado, la última página -inconclusa- de W. A. Mozart, el Réquiem en re menor; partitura que traspasa los horizontes del Clasicismo para avanzar hacia un nuevo tiempo para la composición que supone el Romanticismo. Mozart no duda en volcar emociones, miedos y, sobre todo, romper convencionalismos para ponerlos al servicio de la música como vehículo de reflexión y emoción. Mario Porras, director del Orfeón Universitario, sería otro de los protagonistas del concierto pasado. Con trabajo y no pocas intuiciones ha sabido redefinir este conjunto coral dotándolo de solidez y la corporeidad capaz de enfrentar retos como el planteado la velada pasada. Aunque son notables los perfiles entre las distintas cuerdas que aún deben ser pulidos, la emisión que proyecta el Orfeón está más cerca de la solvencia que la casualidad. Por secciones, destacar el peso de sopranos y contraltos frente a tenores y bajos. Las cuerdas femeninas suponen el gran pilar del coro mientras que las masculinas precisan mayor empaste y proyección. No obstante, los tiempos fugados se resolverían con la engañosa facilidad que aparenta Mozart y los puntos contrastantes como el Confutatis ejemplifican el intenso trabajo realizado por el maestro Porras para este Réquiem. No menos interesante sería el cuarteto solista protagonizado por el cristal aunque tímida en timbre de la soprano Paloma Alvelo; la grata sorpresa de descubrir el inmenso instrumento de Alicia Naranjo, contralto firme y de carácter, que contrasta con la notable incomodidad del tenor Francisco Arbós. José Antonio Ariza cerraba el cuarteto vocal defendiendo con maestría el registro bajo y empaste con Naranjo. Versión decididamente ágil la defendida por Javier Claudio en el podio, de dinámica sazonada, contundente, interesante para sala de concierto como así lo probaba el Dies Irae y lo cuestionaba el Domine Jesu Christe que abre el Offertorium.