Hubo una bailaora en la historia del flamenco llamada Carmen Amaya. La más grande hasta ahora en esta disciplina. Nació el mismo año que murió otro hombre que cantó para reyes; el malagueño Juan Breva. Ella tuvo su última actuación como profesional precisamente en Málaga en 1963, hace 65 años. Juan Breva y Carmen Amaya celebran ambos sus diferentes centenarios este 2018 (aunque algunos gestores culturales públicos no se hayan enterado todavía ni se apunten a estas efemérides).

Es el mismo año en que va a celebrar su ‘despedida progresiva’ de los escenarios José Losada Santiago Carrete de Málaga, un bailaor local con una vida legendaria como las de estos otros dos -con menos triunfos pero no menos remontadas biográficas- y que coincidió con Carmen Amaya en la Gran Taberna Gitana una noche tras una actuación sin pena ni gloria de la gitana catalana en el Teatro Cervantes. En una anécdota antológica.

Para hilar las vidas de estos bailaores en aquella noche de 1963, poco tiempo antes de la muerte de la del Somorrostro habría que recordarles a los lectores que Carmen Amaya posee en su biografía algunas conquistas que no han sido revalidadas por artistas del género. Por ejemplo, Carmen Amaya participó en tres películas nominadas a los Oscars, (Nickerbocker Hollyday, Follow the boys y Los Tarantos); actuó en dos ocasiones para el presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt y puso el Carnegie Hall boca abajo una noche antes de hacer sardinas en el somier de una cama del Waldorf Astoria con su gente, realizó un buen puñado de películas en Hollywood y fue nombrada por ejemplo Capitana honoraria de la Marina de Estados Unidos, Capitana de la Policía de Nueva York y protagonizó una portada de la revista Time. Ahí es ná.

Esta gitana inigualable tiene dedicado un cráter del planeta Venus con su nombre, gracias a los astrónomos estadounidenses. Y todo esto sin que a casi nadie nunca en España le haya dado por capitalizar esta biografía como ejemplo de mujer hecha así misma desde la más rotunda miseria. Ella que despertó los más encendidos elogios de Fred Astaire, Orson Welles, Charles Chaplin o Winston Churchill. La ahora no muy recordada Carmen Amaya tuvo 400 funciones seguidas en el Teatro Maravillas de Buenos Aires, estuvo dos meses en el Teatro de los Campos Elíseos de París cuando solo había sido contratada para un día, en tamaño santuario, actuó dos veces en el Hollywood Bowl ante 20.000 personas mientras a Sinatra sólo le dieron una noche y en general se pasó la vida rompiendo barreras artísticas y consiguiendo metas que en España no ensalza nadie, al parecer.

El próximo 9 de mayo en el Teatro Cervantes, Málaga rendirá homenaje benéfico al bailaor que logró sacarle una de sus últimas sonrisas; José Losada Santiago Carrete de Málaga. Curiosamente lo consiguió vistiéndose de mujer. Él mismo contó la historia de aquella anécdota en su biografía, Al compás de la vida.

«En los comienzos de la Taberna Gitana, recién llegao de la mili, un día vino Carmen Amaya a Málaga, estuvo en el Cervantes y no se llenó. Estaba mu triste porque había tenido mu poco público y después de trabajar se pasó por la Taberna que estaba al lao. Trabajaba con ella El Duende. Yo no la conocía y salí a bailar por seguiriyas. Nos presentaron luego y ella me felicitó. Yo pensé qué podía hacer en el segundo pase para hacerla feliz y le pedí el traje a mi compañera Reme, que su hermana Carmelilla era mu bajita también y le decían las hermanas Tornillo. Me puse su traje y me quedaba por las rodillas, cuando salí al escenario y eché a bailar aquella mujer se tiraba al suelo de la risa. Luego me dio la enhorabuena otra vez y me pidió que nos fuéramos a comer. La llevé a una venta en Mangas Verdes, quería aceitunas y morcilla. De aquella manera con tanto age conocí yo a Carmen Amaya, que ha sío la más grande que hemos tenío».

Aquella anécdota vuelve ahora como un aldabonazo para que los amantes del flamenco, de la cultura en general, y sus programadores, sepan que las despedidas de los artistas son importantes, como lo es el recordarlos cada tanto para darnos cuenta de la profundidad del legado de muchos de ellos, cuyos muchos triunfos, en algunos casos, no se han reeditado. Vaya en su justa memoria este artículo en recuerdo de Carmen Amaya y de Juan Breva, una que nació y otro que murió hace cien años.

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