Tengo un puñado de discos de Bowie en casa pero siempre he creído que está sobrevalorado. Convénzame de lo contrario...

Si no le he convencido con todo el material sobre Bowie en Como un golpe de rayo, ¡no sé realmente qué puedo decirle! Su importancia como una figura histórica de la cultura de finales del siglo XX, no sólo de la cultura pop sino de la CULTURA, es evidente, innegable como la importancia de Dylan y The Beatles. Y, por ejemplo, me encantan The Beatles pero nunca he conectado con la obra de Dylan: no pillo qué tienen tan de bueno sus letras, no me gusta la voz, no me siento cercano a su personalidad... Pero jamás negaría su importancia como una figura histórica mundial. Muchas veces no significa nada que tú disfrutes o no personalmente de la obra de un artista, porque el artista importa como un fenómeno de nuestro tiempo, y un fenómeno que nos dice algo sobre nuestro tiempo.

Pero, ¿qué siente usted respecto a Bowie?

Mi sentimiento personal sobre Bowie está en un lugar intermedio entre mis sentimientos hacia Dylan y hacia The Beatles. Me encanta parte de la obra de Bowie (Space Oddity, Life on Mars?, Fame, Low, algo de Lodger, algo de Scary Monsters), pero otras porciones las encuentro sobrevaloradas o difíciles de entrar en ellas: Rise and Fall of Ziggy Stardust, Diamond Dogs, Station to Station, y la mayor parte de Heroes (aparte de la canción titular). Hay aspectos de su personalidad que hacen que desconecte de él, como una cierta frialdad y su explotación de otras personas, pero también otros que encuentro encantadores (su hambre de ideas y de lo último de lo último, su lealtad hacia personas como Iggy Pop, su humor y su inglesidad). Encuentro sus opiniones políticas francamente desagradables, aunque creo que quizás más tontas que dañinas. Pero, en el fondo, a veces, sorprendentemente, me he sentido identificado con él: un chico inglés de los suburbios creciendo sintiéndose aburrido y vacío y llenándose a sí mismo con una dieta cultural indiscriminada.

Tras el largo proceso de documentación y redacción de Como un golpe de rayo, ¿ha cambiado su opinión sobre Bowie?

Me ha acabado gustando más pero a la vez también he terminado perdiéndole algo de respeto; por ejemplo, le he encontrado muy crédulo en asuntos como la magia y la espiritualidad: se apuntaba a cualquier credo místico disparatado que encontrara por ahí, sucesivamente o, a veces, ¡simultáneamente! Y fue lo que los ingleses llamamos una drama queen: quería que todo fuera más dramático de lo que era, porque encontraba insoportable lo mundano, lo cotidiano de la vida. Usó la cultura pop y los medios masivos como un escenario en el que dramatizarse, ponerse en escena.

Su libro incluye muchas citas de artistas (como la de Bryan Ferry sobre la prostitución: «Si uno compra a una mujer puede controlarla sin limitaciones. La prostitución siempre me pareció algo bastante sensato») que ahora mismo terminarían con sus carreras. Pero el glam fue una especie de celebración de la irreverencia, incluso cuando ésta era una herramienta de marketing, calculadísima. ¿Ha perdido mucho la música sin esa irreverencia o la música ha de caminar de la mano de la sociedad y reflejar sus progresos cívicos y de valores?

Una de las cosas que supone el libro es una especie de elegía de un tiempo en el que la gente podría sentirse escandalizada, en el que podías impactar en la gente. Ésa es una de las razones por las que el título en inglés del libro es Shock and awe [Shock y asombro]: los primeros 70 fueron unos años en los que la gente todavía podía sentirse indignada por lo que hacían las estrellas del pop o por cómo vestían, y, además, los fans sentía una especie de asombro sobre todo lo relacionado con los cantantes, que eran vistos como seres extraordinarios. Había una cierta mística en todo ello. Pero mientras le gente se quedaba impactada por ver a un hombre usando pintalabios o llevando un vestido, nadie reaccionaba ante cosas que hoy sí serían impactantes o que terminarían una carrera, como Johnnny Thunders saliendo con una chica de 14 años. O el sexismo de Bryan Ferry. Incluso los comentarios de Bowie sobre Hitler no le causaron demasiados problemas. Hoy sabemos demasiado sobre todo para sentir esa especie de asombro, y la verdad es que las cosas más impactantes, ofensivas y disruptivas están sucediendo en la política, sobre todo, en la Casa Blanca...

Hablando de ello, David Bowie fantaseó con la idea de un lider político mundial que saliera de la industria del entretenimiento. Aunque Ronald Reagan ya hizo sus pinitos en la Casa Blanca, parece que Donald Trump se ajusta más a la idea. ¿Es, por tanto, el primer presidente glam de la historia?

No, pero sí el primer presidente que es sólo el producto de la industria del entretenimiento y la publicidad. Ronald Reagan había sido una estrella de Hollywood, hasta que se convirtió en presidente hizo carrera política durante décadas. Trump no es nada más que una serie de poses, de eslóganes televisivos y de teatralidades políticas; una criatura del showbusiness cuyos mítines son más bien espectáculos de stand up de la escuela de la comedia del shock de Andrew Dice Clay.

Volvamos al glam puro y duro. ¿Qué hay detrás de su escaso prestigio entre la crítica? Es como lo que sucede con la música disco: lo aceptable y prestigioso es rechazarla o menospreciarla, quizás porque el glam y la música disco son músicas coloridas, extrovertidas, de fiesta...

El glam no computa en la métrica con la que los críticos han asignado tradicionalmente lo sustancioso, lo importante: letras con sustancia, autenticidad, relevancia política, credibilidad en la calle... Pero si tienes otro sistema, otra métrica (excitación, energía, humor, histeria, pegajosidad), entonces The Sweet sumarían muchos puntos. La situación es algo diferente en el Reino Unido, donde hay una minitradición de críticos, incluyéndome a mí y a Bob Stanley y, más recientemente, Alexis Petridis (The Guardian) que no tienen ningún problema en argumentar que Sweet, Gary Glitter, David Essex, etc hicieron grandes y muy divertidos discos que además fueron muy interesantes en términos de sonido y bastante avanzados en cuanto a su producción.

En el último capítulo del libro muestra una cierta fascinación por Lady Gaga. ¿Es ella la última artista glam?

Encuentro fascinante todo sobre Lady Gaga... excepto su música. Bad romance es un gran tema y Pokerface también es muy pegadiza. Pero, sobre todo, son tracks de fondo sin carácter ni personalidad, diseñadas para sus provocaciones visuales. Y ella, muy ingeniosamente, ha dicho que ve su música como una distracción de sus juegos de imagen y del teatro público de su estatus como celebridad. Tiene un montón de citas muy buenas sobre la fama como una pulsión delirante, una especie de psicosis que ha incitado en sus fans y que deben perseguir hasta que su fantasía se convierta en realidad.

¿Qué ha quedado del glam y el glitter en la música y la estética de hoy?

El glam sobrevive hoy no como un sonido, ni siquiera como unas políticas sexuales de provocación (aunque hay glam en intérpretes LGBT como Perfume Genius), sino como este metapop autorreflexivo: cantantes que cantan y raperos que rapean sobre ser estrellas de pop. De ahí el último álbum de Taylor Swift y el vídeo de Look what you made me do, con su colección de roles de Taylor Swift. ¿Será el último aliento del bowieísmo? Más excitante son los excesos autoglorificantes y la pasión tóxica por la vida del rap moderno, con artistas que reivindican para sí mismos la idea misma del estrellato del rock: de ahí que Future se llame a sí mismo Future Hendrix, o canciones como Black Beatles de Rae Sremmurd y Rockstar de Post Malone. Creo que el ambiente de tedio hedonista de este tipo de rap (también de Drake o Kanye West) es similar a la aspiración del glam a la decadencia y a la indulgencia del estilo Weimar.

¿Qué diferencia hay entre analizar una escena musical en la que no ha participado, como el glam, y escrutar otra en la que vivió, como la escena rave y electrónica?

Incluye una, digamos, mayor proyección imaginativa: un montón de investigación y de recolección de viejos papeles musicales en busca de los detalles concretos y específicos que creen ese sentido de la realidad que proviene del observador que pasa desapercibido, de la mosca en la pared. Pero partes de Energy Flash incluían técnicas de proyección similares, ya que tampoco estuve en las primeras raves de Brooklyn, por ejemplo. Así que se trata de recoger tantos testimonios en primera persona como se pueda a través de entrevistas.

¿Nadie nunca le ha dicho: «Hey, Simon, deja de analizar tanto la música, ¡cállate y baila!»? Quizás sus libros sean el resultado de unas pobres habilidades de baile...

¿De verdad piensa esto, o sólo trata de ser gracioso? Quiero decir, ¿son sus inteligentes preguntas, al menos hasta ésta, un resultado de sus pobres habilidades de baile? Yo no veo división entre el análisis, la especulación y la interpretación y la respuesta física y emocional a la música, ya sea embelesarse al escuchar el solo de Marquee Moon (Television) o vacilar con The Stones, o explotar en lágrimas al final de There is a light that never goes out (The Smiths). Las sensaciones y emociones que provoca la música son las cosas más interesantes en las que pensar: la violencia de la música mientras impacta en quien la escucha, que puede ser una violencia suave, o una violencia que derrite... Por ejemplo, Al Green y su música te permite desenredarte de una manera tan intensa como una banda de noise. A mí me encanta bailar y me encanta pensar. Y pensar es una especie de baile con la música... Ese aspecto es quizás más aparente en mis libros en su versión original, en inglés: un nativo inglés puede sentir las energías en la prosa de una manera casi inconsciente. Mi escritura tiene una musicalidad y unos efectos rítmicos que quizás no sobrevivan en el proceso de traducción, a pesar de la dedicación y la habilidad del traductor. Pero me empeño mucho en que mi prosa encarne el sentimiento y la fuerza de la música, además de, claro, contextualizarla históricamente, etc, etc.

Me resulta curioso cómo el movimiento #metoo ha tenido tan escaso eco en la música. ¿Alguna idea o hipótesis al respecto?

Hay algunas figuras como Gary Glitter, que ha sido juzgado y condenado por abuso de menores, algunas de las Runaways han formulado acusaciones contra el fallecido Kim Fowley, y está la saga Kesha vs Dr Luke... Pero, sí, todavía estamos esperando el momento #metoo en el rock y el pop. Posiblemente, una de las razones es que alguna de las chicas jóvenes con las que se acostaron las estrellas del rock en los setenta no han dado un paso adelante para acusar o denunciar. Y eso puede ser porque en realidad no sientan que se aprovecharan de ellas. Por ejemplo, una de las groupies de la escena glam de Los Ángeles que durmió con Bowie cuando sólo tenía 15 años sigue recordando aquello como una experiencia positiva y glamurosa, no acepta la idea de que fuera explotada o de que aquello estaba mal. Se niega a verse a sí misma como una víctima.

¿Qué es lo que está ocurriendo ahora mismo en el mundo de la música que será recordado, analizado, debatido e investigado dentro de 30 ó 40 años en libros como los suyos?

En mi opinión, cualquier cosa sobre el uso creativo o distorsionador del Autotune. Para mí es el sonido que define el siglo XXI.