En los años 70, como respuesta a una etapa de crisis en el sistema de los Estudios de cine, surge en Estados Unidos un grupo de directores con cierto aire independiente. En un primer momento salen Peter Bogdanovich, Ridley Scott, Brian De Palma, Dennis Hopper, Michael Cimino, Robert Zemeckis, Bob Rafelson y Martin Scorsese. En un segundo momento aparecen Steven Spielberg, Francis Ford Coppola, George Lucas y Clint Eastwood. Casi nada.

Una generación increíble de directores norteamericanos; quizás la más talentosa de su historia. Scorsese es uno de los directores al que más admiro. Tiene películas que son clases de cine. Su filmografía tiene cantidad, variedad y calidad a partes iguales; pero hay otra cosa, una cosa que no tienen todas las filmografías: Pasión. Una pasión casi obsesiva.

Decía José Antonio Navarro en su dossier en Dirigido por: «Las mejores películas de Scorsese son producto de una obsesión que acosa, persigue y presiona, a veces durante años, desde las más misteriosas regiones del ser».

Scorsese es siempre un cineasta de intenciones en cuanto a expresión personal y recursos estilísticos. Le interesan a partes iguales el fondo y la forma y sabe combinar perfectamente lo intuitivo y lo reflexivo en su manera de hacer cine.

Se le podría atribuir por muchas de sus películas el cartel de autor, aunque no sea el guionista de sus películas, ya que son reconocibles o identificables muchos rasgos típicos en sus obras.

Existe cierta disparidad en las temáticas, aunque muchas de ellas vivan de los mismos miedos, frustraciones, mitos y recuerdos como la religión, la violencia, la familia, la culpa o la redención.

Hay en las películas de Scorsese un sentido purificador de la violencia, entendida como expresión exteriorizada de sentimientos de los personajes. A lo que hay que unir el lado destructivo de muchos de sus personajes y la expresión de sus emociones más primarias. Así están creados Travis Bickley (Taxi Driver, 1976), Jack Lamotta (Toro Salvaje, 1980) o Jordan Belfort (El lobo de Wall Street, 2013), por citar tres personajes aparentemente muy distintos y encarnados por sus dos actores fetiche: Robert De Niro y Leonardo DiCaprio.

Scorsese le otorga mucha importancia al montaje como forma de crear sentido al relato. Tiene un personal sentido del montaje, donde las imágenes tienen muchas veces un componente subjetivo. Una película que se visiona en todas las escuelas de cine cuando se estudia el montaje es Toro Salvaje. Es la primera colaboración de Scorsese con su montadora habitual desde entonces: Thelma Schoonmaker. Una de las relaciones profesionales más fructíferas e identificativas del cine estadounidense. Han ganado tres Oscar al mejor montaje de sus colaboraciones: Toro Salvaje, El aviador (2004) e Infiltrados (2006), y han sido nominados en otras tantas ocasiones. También tiende a llenar la banda sonora con muchas canciones, sea para situar musicalmente al espectador en un determinado contexto o para sugerirle sentimientos, estados de ánimo o sensaciones subjetivas.

En la puesta en situación gusta también del empleo de la cámara lenta; algo muy apreciado por Scorsese para sugerir pensamientos de los personajes.

También describe ambientes en largos y virtuosos movimientos de cámara. Una secuencia que siempre me ha cautivado y embelesado está en Malas Calles (1973) cuando Charlie (Harvey Keitel) entra en el local de Tony seguido muy de cerca por la cámara, pegada a sus espaldas y sigue sus andares bailarines, como si flotara, durante un buen rato. Esto se logró colocando a Harvey Keitel encima de la grúa Dolly que sostenía la cámara. Todo ello acompañado de la canción Tell me (The Rolling Stones, 1964). Una secuencia hipnótica donde las haya.

Martin Scorsese se ha mostrado siempre generoso al reconocer la influencia cinéfila en los films que ha realizado; manifiesta en numerosos homenajes visuales y temáticos. Con su cine demuestra desde sus inicios la mezcla de su veneración por el denominado cine clásico y de las nuevas formas de la modernidad cinematográfica. «Me encantaba abrirme a otras culturas a través del cine de Kurosawa o de Bergman, así nació mi pasión por contar historias», ha declarado.

Scorsese siempre ha sido un cinéfilo. Un cinéfilo generoso y agradecido desde que comenzó a ser reconocido y a tener prestigio internacionalmente. Por un lado siempre se ha implicado en la recuperación y restauración de copias de películas antiguas. Ha criticado públicamente los atentados cometidos sobre la integridad de las obras de directores del pasado como el coloreado de films en blanco y negro, los cambios de formato para los pases en televisión, algunas sonorizaciones? Y por otro lado ha apoyado, como productor, a directores que ha considerado interesantes como Stephen Frears (Los timadores, 1990), John McNaughton (La chica del gánster, 1993) o Spike Lee (Clockers, 1995) entre otros. Sus placeres de cinéfilo son muchos y variados y ha querido compartirlos con el público general a través de dos joyas documentales. Una de ellas es Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano. Esta película es un encargo del British Film Institute para conmemorar el centenario del séptimo Arte y la realizó junto al historiador, guionista y documentalista Michael Henry Wilson. A lo largo de las casi cuatro horas de duración del documental, Scorsese reivindica el trabajo de muchos directores y películas que no han tenido el reconocimiento que se merecían. Entre ellos destacan Anthony Mann, Ida Lupino, Murnau, Jacques Tourneur, Ulmer o Samuel Fuller, entre otros. No trata de enseñar, no tiene carácter educativo; y aquí es donde radica su valor. Lo que busca es inyectar el virus de la cinefilia, activar un resorte en el espectador que le haga apreciar, valorar y, sobre todo, disfrutar el cine pretérito tanto como él lo ha hecho. Este estupendo documental ha dado lugar también a una transcripción en forma de libro. El otro documental lleva por título Mi viaje a Italia (también se encuentra como El cine italiano, según Scorsese). Son otras cuatro horas de pasión por el cine. El director siempre ha reconocido la influencia del cine italiano en sus películas. Desde el neorrealismo de directores como De Sica o Rosellini, a la ostentación de Visconti, pasando por los deliciosos delirios de Federico Fellini. Para Scorsese nunca nadie ha plasmado mejor lo que supone ser un cineasta que Fellini 8 y ? (1963).

Ahora que las series parece que han desplazado un poco al cine, hago una humilde recomendación. Ha producido la excelente serie Boardwalk Empire (2010-2014) y también otra pequeña joya que para muchos ha pasado desapercibida: Vinyl (2016). Una excelente serie de HBO sobre la industria discográfica del Nueva York de los años 70. Vinyl nos regala a Richie Finestra, otro de esos inolvidables y maravillosos personajesautodestructivos que buscan la redención de Scorsese. Sexo, drogas y rock and roll, cien por cien Scorsese. Una serie que se canceló tras la primera temporada, y que no dudo será revisitada, llorada y valorada en un futuro.