En enero de este año, Invader la lió considerablemente en Bután, porque se le ocurrió colocar una de sus piezas en un monasterio. A él le daría igual, le resultaría hasta exótico (recordemos: es un hombre con tal arsenal conceptual y amplia visión del mundo que en Málaga ha instalado una cerámica de una flamenca y otra de un marciano con abanico), pero hasta sus seguidores del país se lo reprocharon en Instagram. En esto de los mosaicos de Invader, como en cualquier asunto ilegal (hey, que el propio ceramista francés asegura que "el 99%" de sus obras se instalan al margen de la ley) lo importante son los límites.

Por ejemplo, a muchos malagueños no sólo no les parece grave que el francés haya puesto sin permiso alguno su gitanilla en una fachada del Palacio Episcopal, un edificio protegido como Bien de Interés Cultural, sino que poco menos que deberíamos pagárselo. Vale, pero, ¿qué les parecería, por ejemplo, si hubiera colocado uno de sus famosos marcianitos, no sé, en uno de los pórticos de la Catedral? ¿U, otro poner, que tatuara con una de sus cosas la talla del Cautivo? ¿O en la Casa Natal de Pablo Picasso? Evidentemente, a Invader jamás se le pasaría por la cabeza ninguna de estas tres operaciones (sobre todo, porque en Málaga 'alguien' le asesoró y le guió) pero, si estamos hablando de alguien que trabaja desde el anonimato y la ilegalidad, podría haberlo hecho perfectamente. Porque en la ilegalidad es la persona que comete el delito el que pone los límites.

Leo con asombro en una red social a gente con criterio y fondo criticando la aplicación de la piqueta por parte de los propietarios de los inmuebles invadidos; argumentan que, como en el caso de las casas del Palo, las flamencas, los marcianitos y otras criaturas de Invader podrían haber sido sometidas a una especie de regularización. Se trata de una posición que se olvida de un 'matiz' fundamental: la regularización de las casas del Palo (recordemos: no son cerámicas supuestamente modernas y prestigiadoras; ahí viven personas) fue la solución para 'contemporaneizar' elementos emblemáticos que ya existían antes de las normas con las que nos hemos dotado en la vida actual (¿qué Ley de Costas regía cuando se levantaron esos inmuebles?); sin embargo, las cerámicas de Invader vulneran aquí y ahora, en este lugar y en este momento, todas y cada una de las leyes vinculadas a la protección patrimonial.

Luego está el argumento de que en Los Ángeles, Berlín, París y cualquier otra ciudad que suene cosmopolita y moderna. En Málaga, desde que tenemos photocalls y museos, ciertos sectores de la población juegan a una especie de "¡paleto el último!" realmente sonrojante. Bien, si la cosa es, una vez más, no quedar como catetos ante el mundo y necesitamos precedentes para fijar nuestra posición, no pasa nada: a Invader lo detuvieron in fraganti en Los Ángeles y en Newcastle, por ejemplo. Y no sé qué le habría pasado en Bután si le hubieran pillado haciendo de las suyas en ese monasterio: seguramente los que le reían las gracias que veían en otras ciudades hubieran sacado las antorchas y los palos. Porque todo tiene un límite, y no va a ser un ceramista francés el que los vaya a poner por nosotros.