La recta final de la temporada de abono de la OFM presentaba este viernes uno de esos programas señalados en rojo por su altísimo interés. De esos programas distinguidos tanto para los atriles como para la batuta y no menos para el solista protagonista. Precisamente las obra del concierto poseían la unanimidad del público dado el lugar privilegiado que ocupan dentro del repertorio. En el caso de Dvorák y su sinfonía americana indiscutible pero llegando a Las estaciones de Piazzola se trata ni más ni menos de la toma de posesión dentro del gran catálogo. Pero aún existe una distinción más que es convocar en un escenario a dos artistas de factura nacional disputados por los grandes circuitos internacionales. Éxito consagrado al arte que se sacude marcas y territorios por lo que más importa, la música como razón de ser.

De ida y vuelta fue la seña de identidad del penúltimo abono de la temporada desde la doble perspectiva temporal que ofrecen los cimientos del diecinueve con Dvorák junto a la incorporación de la escuela iberoamericana de la mano de Piazzolla y Ginastera. Dos ejemplos marco de cómo releer y crear desde la misma fuente. Ginastera con Goethe y Gounod y Piazzolla a través del genio del barroco veneciano bajo una perspectiva radical que apela a la emoción.

Escrita en el año cuarenta y tres, la Obertura para el Fausto criollo en la batuta de Martín-Etxebarría abriría el concierto exponiendo una doble idea por un lado, el eclecticismo estético y por otro, el valor formal de la obra de Ginastera. El director vasco se valdría de esta obertura como prólogo al discurso musical que desarrollaría el programa: rítmo, forma, armonía e incluso evocación.

En contadas ocasiones es posible coincidir con un intérprete respirando su instrumento y esto ocurriría con el Gagliano de Leticia Moreno en el Cervantes. Moreno pasea su último trabajo discográfico protagonizado por el mundo de A. Piazzolla. Imposible ausentarse del instante que dibuja la violinista madrileña introduciendo al auditorio en una espiral emocional. Impresiones que van más allá de lo puramente pictórico o descriptivo para inflamar latidos tan ocultos como la nostalgia o el pudor de los instintos. Proeza o quizás pureza técnica capaz de trascender la dimensión material del conjunto y el escenario para alcanzar la cota del todo visceral y orgánico, respirar música. Esas son la señas del Piazzolla de Leticia Moreno.

Lectura ágil y contrastada la leída por la OFM y la batuta de Diego Martín-Etxebarría de la Novena de Dvorák como broche al programa redondeado en lo musicológico pero también en lo artístico que puso a prueba la disyuntiva se oye y se ve. No sería mala idea que la Filarmónica lo asumiera de una vez.