Los miles de fibers que pueblan estos días Benicàssim en busca de buena música y sol aportan "aire fresco" a los comerciantes locales, que han visto cómo en sólo una semana se han triplicado las ventas con respecto a las semanas anteriores pese a que el consumo ha caído en picado si se compara con el de ediciones anteriores.

Por mucho que los comerciantes miren con recelo las cifras de impacto económico del año anterior -aquella edición que batió récords de asistencia-, los cuatro días de FIB siguen siendo la caja segura de comerciantes y hosteleros, quienes este año ya ponen los ojos en el Rototom Sunsplash, que aterrizará en Benicàssim en agosto a ritmo de reggae.

Hay cosas que con el paso del tiempo no cambian, y el perfil de fiber ha sido y es el de un joven con 'bocata' y cerveza en la mano que hace cola a las puertas de un supermercado en busca de víveres con los que resistir el frenético ritmo de los conciertos.

Por las mañanas los fibers no sólo dormitan en las playas de la Costa de Azahar, sino que se convierten en dueños de los supermercados y en moradores de parques y aceras, lugares que transforman en idílicos merenderos donde ingerir un poco de pan con queso, chorizo o jamón.

Gregory, holandés de 25 años, comenta con sus compañeros mientras come que esta tarde, antes de dirigirse al recinto de conciertos, cambiará los bocadillos del supermercado por un "buen plato" de un restaurante que le dé "fuerza" y "calorías" para los conciertos.

Los fibers consumen a nivel individual mucho menos que otros turistas que desembarcan en el verano benicense, pero en número son extremadamente superiores, así es que estas cuatro jornadas de julio se han convertido en el balón de oxígeno al que se agarran los comercios, y más en época de crisis.

"Estos días se esperan porque siempre se trabaja un poquito más de lo normal", reconoce Susana Vicent, que regenta un restaurante en el centro de Benicàssim al que el festival ha regalado "algo más de movimiento" pese a que el trasiego de fibers es este año "más flojo".

La afluencia difiere de unos establecimientos a otros, porque, según los comerciantes, los fibers "gastan mucho en bebida" y hay locales de moda, como el pub de estilo irlandés que regenta el presidente de la Asociación de Comerciantes de Benicàssim, que están recaudando en esta edición un tercio más de dinero que en la anterior.

Pero son excepciones porque "el FIB vende, pero no tanto". Juan José Medina, presidente de esa agrupación, cifra en un 40 por ciento la caída de los beneficios de los comerciantes locales con respecto a la edición del año pasado, que, según admite, "tampoco puede tomarse como referencia" por la inmensa cantidad de público que atrajo.

"Esta vez ya no se ven esos ríos de gente, hay menos consumo, y yo diría que este FIB ha tenido el peor tirón de los últimos cinco o seis años, y será porque la crisis nos afecta a todos", reflexiona.

Si algo está claro es que el festival "ayuda, y mucho" a los comerciantes, y que las dificultades económicas se notarían "bastante más" si los fibers no coparan cada julio la localidad castellonense.

Aún así, en Benicàssim aún quedan vecinos que miran con desconfianza a esos jóvenes, en su mayoría británicos, que toman su municipio durante una semana y que a duras penas 'chapurrean' tres palabras en español, pero cada vez son más los que se sienten orgullosos de un festival que ha engrandecido el panorama turístico de la población.

Ese es el caso de Antonio Alonso, un vecino que, dice, no obtiene "ningún beneficio económico" del festival pero sí "alegría" y "desinhibición". "Todas las noches, cuando bajan hacia el FIB, me vuelvo joven sólo de verlos pasar", comenta mientras toma una cerveza con dos amigos en una cafetería repleta de fibers.