­El país se lame todavía las muchas heridas que la doble recesión provocó a su paso. Los traumas dejan cuerpos vulnerables. Una economía repleta de apósitos con el riesgo latente de que parte de esas heridas tarden en cicatrizar, lo hagan mal y nada vuelva a funcionar como lo hacía antes del pinchazo. A esa amenaza se enfrenta el mercado laboral español, con un doble, y muy diferente, pronóstico. El de las grandes cifras. El crecimiento del empleo. Y el pronóstico reservado, el de las secuelas internas, con los detalles de cómo aumenta la ocupación y por qué cae el paro.

El último balance oficial, el del pasado mayo, trajo una caída histórica de 119.768 parados, casi un 3%, con la cifra total de inscritos en los Servicios Públicos de Empleo por debajo de los cuatro millones. Algo que no sucedía desde agosto de 2010. Se notan el vigor de la actividad en general y, sobre todo, los preparativos de la campaña de verano. Pero el cambio de ciclo en el mercado laboral viene de la mano de una transformación muy peligrosa en el día a día del trabajo: 198.000 nuevos puestos... y 1,748 millones de contratos. Casi nueve por cada empleo creado. La muestra más contundente de la proliferación de la temporalidad. Tres de cada diez puestos eventuales duran menos de siete días.

Mejora a ritmo lento

¿Puede hablarse de recuperación? «Por supuesto, desde el primer trimestre de 2014 la ocupación aumentó en España en algo más de un millón de personas, responde Melchor Fernández, profesor de Fundamentos del Análisis Económico. Sin embargo, esto es solo el 30% del empleo perdido desde el primer trimestre de 2008». La mejoría va a «un ritmo más lento que el deseado». «En los dos primeros años de la crisis, el ritmo de destrucción de empleo fue del 4,9% anual. Ahora la recuperación marca una variación positiva a un ritmo claramente inferior, el 3,13%», añade Fernández.

Al cierre del primer trimestre del año, en España había 18,029 millones de ocupados, según la Encuesta de Población Activa (EPA) que elabora el INE. La tasa de paro se situó en el 21%, casi tres puntos menos que en marzo de 2015, gracias al alza del empleo, pero también por la pérdida de la población en edad de trabajar y que realmente quiere hacerlo. Que es otra de las sombras que planean sobre la economía española. El envejecimiento, la falta de relevo generacional.

La crisis, como recuerda el también experto, incidió especialmente en los eventuales, «lo que redujo drásticamente la tasa de contratación temporal, pasando del 29,2% en 2008 al 23,2% en 2013». Ese era uno de los objetivos que buscaban las sucesivas reformas laborales impulsadas por los gobiernos de Zapatero (2010) y Rajoy (2012). «Que el inicio de la recuperación suponga un nuevo incremento de la temporalidad, que actualmente supera el 25%, no es una buena noticia y pone en duda la efectividad real de la última reforma laboral», señala Melchor Fernández. «Sin duda, una parte de la contratación temporal es difícilmente evitable dadas las características de la estructura productiva española, pero casi duplicar las tasas de países como Italia, Alemania o Francia parece difícilmente justificable».

¿Conclusión? «España abusa claramente de esta figura contractual, como un instrumento de ajuste» por parte de las empresas, que, afirma Fernández, seguirán tirando de él «mientras las diferencias entre el coste de despido entre un contrato temporal y uno fijo sean tan elevados». El insistente debate sobre un único tipo de contrato con indemnización creciente en función del tiempo trabajado «puede ayudar» a la solución. Sin que eso sea suficiente. «Elimina la discontinuidad, la no renovación en el momento de cambio de figura contractual, pero no ataca el fondo del problema, sobre todo en sectores donde la formación continua del trabajador sea poco relevante», señala el profesor de la USC. Seguiría la rotación, cambia solo el límite temporal. «La incertidumbre y la precariedad no desaparece», resume Melchor Fernández.

Tejido productivo

Con estos mimbres, parece factible que España pueda alumbrar en los próximos cuatro años los empleos que, sin concretar en qué condiciones, todos los partidos han prometido los pasados días de campaña. «Sin necesidad de grandes incrementos en la producción, en parte porque el nuevo empleo creado está vinculado a sectores de servicios de baja productividad y en muchos casos dependientes del turismo, que está marcando cifras históricas año tras año», avala el profesor.

Cuatro de cada diez contratos en España son para camareros. «Seguramente sea más adecuado que este crecimiento se deba al desarrollo de otros sectores, el ansiado cambio de modelo productivo, pero este ni existe ni se le espera», continúa Fernández.

Sin esa transformación del tejido productivo, la subida de salarios tan requerida por los sindicatos «se justificaría solo por su impacto sobre la demanda agregada». Eso afectaría a la competitividad, según los expertos, porque el coste laboral se colocaría por encima del de otros países con los que competimos, pero «lo que nunca va a ser es un freno a la productividad, si el diseño del sistema de incentivos salariales es el adecuado». «Sin duda hay argumentos que justifican el incremento salarial», defiende Melchor Fernández. «El principal es servir como incentivo a la mejora de la productividad, el esfuerzo y la capacidad de generación de rentas de los trabajadores».

Cada vez más riesgo

El salario medio anual en España pasó de 19.102 euros en 2011 a 18.420 euros en 2014. Una diferencia de 750 euros, como revelan los datos de la Agencia Tributaria. Uno de cada cinco empleados está por debajo de la mitad del salario mínimo. A eso se añade que prácticamente el 50% de los parados en este momento ya no recibe ningún tipo de prestación y hay 1,6 millones de hogares con todos sus miembros en paro. Entre esas secuelas que sacuden el mercado laboral postcrisis está la consolidación del pobre que lo es ahora, pese a trabajar.

La tasa de riesgo de pobreza ha ido escalando hasta superar el 22% en los últimos dos años en España y moverse alrededor del 30% en el caso de los niños y los jóvenes. Una puerta abierta a la desigualdad, que también se disparó: los ingresos del 20% de la población española más rica son 6,9 veces más altos que el 20% de los residentes más pobres.

Los expertos destacan el alarmante aumento de las personas en riesgo de pobreza y exclusión social en el último año (23,8% a 25,7%), especialmente en las que están en pobreza que han aumentado en cuatro puntos (del 15,4% al 19,4%).