El Banco de España le ha dedicado veinticuatro palabras a la cuestión catalana en su último boletín sobre la marcha de la economía nacional: "Las tensiones políticas en Cataluña podrían afectar eventualmente a la confianza de los agentes y a sus decisiones de gasto y condiciones de financiación". Luego, ante el volumen de los titulares que suscitó esa afirmación, matizó que en este momento no se aprecia impacto alguno del desafío independentista en el comportamiento del PIB ni en la posición de España en los mercados financieros. El país sigue creciendo por encima del 3% y, llamativamente, Cataluña permanece entre las regiones con un avance estimado más vigoroso (3,4%, una décima más que Madrid).

La agencia de rating Standard & Poor's acaba de sumarse a la opinión del Banco de España: "Si persisten las tensiones entre el Gobierno central y la Generalitat, y no se resuelven, esto podría afectar a la confianza de las empresas y los inversores, y debilitar las perspectivas de crecimiento de la economía española". Ahora bien, a renglón seguido mantiene la calificación crediticia de España y con perspectiva positiva.

Los datos provisionales del PIB, así como las opiniones citadas, parecen sugerir que los agentes económicos no temen las consecuencias de la rebelión secesionista, incluso las de una eventual declaración unilateral de independencia. Más bien cabe pensar que no creen que se vaya a llegar hasta ahí. Es llamativa la contención (¿política?) de esos observatorios cuando hay pocas dudas de que la fragmentación de España tendría impactos graves para el conjunto del país y también para Cataluña.

El primero perdería lo que significa Cataluña: el 16% del PIB nacional, el 20% de los ingresos fiscales, el 18% de las empresas españolas, el 25% de las exportaciones... Cataluña perdería el principal mercado de gran parte de sus empresas y se asomaría a la desconexión de la UE y a la imposibilidad de financiarse. Dicen en su defensa los economistas más pegados al independentismo que a medio y largo plazo salir de España sería beneficioso. Aun aceptando esa hipótesis -una ensoñación basada en una tesis retorcida sobre un presunto expolio de España sobre Cataluña, según otros académicos-, a corto plazo sólo se ve un abismo de incertidumbres y amenazas de depresión.

En medio de una confrontación tapizada de banderas e inflamada por los sentimientos, a pie de calle se habla poco de la factura económica que la secesión catalana traería para todos o se hacen afirmaciones tan atrevidas como desinformadas sobre unos supuestos beneficios. Pero, créanlo, en los despachos de no pocas empresas, sean de aquí, de allá o de ambos lados, se observa con verdadero pavor lo que está ocurriendo en Cataluña.