Mariano Rajoy. Las dos primeras palabras de esta crónica son suyas. Se lo merece. Lo que pasó ayer en una de las principales arterías de esta ciudad, pasado el debido tiempo prudencial, requerirá de un detenido estudio sociológico para determinar en qué punto de nuestra historia moderna la televisión logró convertir al político en un objeto de deseo al que rendir culto como a los Rolling Stones. Nunca en la historia de esta ciudad, unos 300 metros se hicieron tan infinitamente largos como ayer para demostrar que, llegados al punto de no retorno de una campaña electoral, no hay esfuerzo suficiente cuando se trata de capturar el voto o, como alternativa, mojar los churros en chocolate.

Mucho había sido criticado antes de su llegada a Málaga por pasar frescamente de todos los debates habidos hasta el momento. Rajoy no deja indiferente a nadie. Pocos presidentes en la historia de España han demostrado semejante capacidad para evitar la confrontación de ideas ante la audiencia como él. Sobran dedos de las manos. Incluso sobra una mano. Pero Mariano Rajoy es constante. Siempre lo fue. También en los momentos oscuros, que es cuando los agobios más aprietan y uno quiere darle la vuelta a todo como a un calcetín. Por eso vuelve a ser el candidato a la Moncloa y no a la Casa Blanca. Lo que hizo ayer en Málaga fue encender de manera oficial el candelabro de la campaña electoral del PP. Delante de unos 3.500 militantes y simpatizantes del PP que llenaron el Palacio de Ferias y Congresos y acabaron jalonando la intervención del presidente de la nación al ritmo del estribillo más trillado del mundo: «Presidente, presidente», retumbaba con estruendo de las gargantas engrasadas.

Demostró el candidato popular a la reelección que, cuando quiere, es capaz de enlazar secuencias discursivas inerrables con sobrada solvencia. La experiencia, también en los mítines, es un grado. Ayer lo hizo para trasladar el principal mensaje electoral que viste ahora mismo el PP y que se parece mucho al fondo de armario de los últimos compromisos electorales de este, aparentemente, eterno ciclo electoral llamado año 2015: perfilar al partido como única alternativa para consolidar una recuperación, en todas sus posibles vertientes, y garantizar la unidad de la nación frente al oscuro abismo de la incertidumbre que generan el resto de los partidos. La solvencia contra el caos. La luz frente a las nieblas del tiempo. En palabras de Rajoy, España como «país que más crece de la Unión Europea». A veces, el diccionario y la simpleza de algunos mensajes son los más adecuados para llevar las aguas al molino que más conviene.

Un paseo sin fin. La visita de Rajoy a Málaga empezó, sin embargo, mucho antes de que pusiera patas arriba a la militancia. Lo hizo con un paseo por el centro de Málaga. Y eso, en plena calle Larios, disfrazada de clichés navideños y atrofiada de una manada sin rubor alguno para buscar el contacto físico, tiene su mérito. Si hay que buscar un ejemplo para describir lo antagónico, ahí están esos paseos de brisa veraniega en Sanxenxo, donde uno se siente más gallego que nunca, para enfrentarlos a la intromisión voluntaria en esa milla del consumismo de plástico malagueña. Tan irradiada en estas fechas por un alumbrado que pretende simular las puertas al cielo, aunque, para no pocos, simbolice la primera carantoña de Lucifer antes de adentrarse de lleno en el infierno.

Para carantoñas terrenales, en todo caso, el paseo de ayer. Con el peso que conlleva, sobre todo, a la hora de tener que abrazarse a gente absolutamente desconocido, Rajoy completó la distancia que separa el inicio de calle Larios hasta llegar al Café Central con paso firme y manteniendo la compostura, incluso ante situaciones que pedían a gritos una colleja al estilo Juanito. Porque todo en esta vida tiene un límite. Dos horas para 300 metros. Lo que necesita el ciudadano común en coger el coche y plantarse en Sevilla y reclamar la capitalidad de la región para Málaga. Parecía imposible romper el récord en besos por metro cuadrado, en posesión, hasta el momento, de su contendiente socialista, Pedro Sánchez. Entre beso y beso se intercambió el suficiente ADN presidencial como para dejar en alguna dama la sensación de haber rozado la gloria del poder. O más bien a su barba. Si alguien esperaba fuertes vientos de protesta, con lo cara que se ha puesto la vida ahí fuera, se llevaría una decepción al ver el trato que recibió el máximo responsable político de este país.

«Viva España y viva Mariano Rajoy», gritó un señor desde el balcón para dejar claro que, cuando se trata de mezclar banderas y unidad, las elecciones las tiene que ganar Mariano Rajoy. Aunque alguna despistada se refería a él como el «emperador de España», lo único que vino a conquistar en realidad, y de forma pacífica, fue el corazón de todos los malagueños. Ya, con la hora marcando la urgencia de los plazos porque todavía había un mitin al que acudir, se aceleró ligeramente el paso. Cuando alguno de los muchos asesores y hombres con pinganillo ya casi lo dieron por imposible, la comitiva alcanzó su meta final para degustar con los churros de rigor. Lo que vino después, en plena discusión por saber cuál es el mejor medio de transporte público en esta ciudad, fue la constatación de que no hay metro que llegue a la efectividad de un coche con las lunas tintadas y con una sirena en el techo que grita «aquí viene el presidente».

Fue el primer envite de la campaña electoral en Málaga y lo fue a lo grande. Con la presencia del presidente del Gobierno y candidato a la reelección del PP, Mariano Rajoy, quien presidió después de su paseo electoral el correspondiente acto en el Palacio de Ferias. Delante de un aforo completo, unas 3.500 personas según la organización, Rajoy afirmó que su principal objetivo para la próxima legislatura gira en torno a la creación de empleo. Como hizo antes de su anterior mandato, también se atrevió a dar cifras concretas y habló de 2 millones de nuevos puestos de trabajo que pretende crear bajo una hipotética y futura gestión del PP en los próximos cuatro años. «Sólo es posible con el Partido Popular», señaló en una intervención que también puso especial interés en dibujar a su partido como único capaz de garantizar la estabilidad y la recuperación económica del país. «Ahora somos los que más crecemos en toda la Unión Europea», dijo para defender la hoja de ruta que estableció en su última legislatura. Aunque no quiso hablar del pasado, recordó que lo que se encontró en 2011 fue un país «al borde del rescate por culpa del Partido Socialista y de José Luis Rodríguez Zapatero».

Promesas electorales. También llegaron los compromisos electorales y como futuras medidas que aplicar, Rajoy resaltó la bonificación en las cuotas de la Seguridad Social para los empresarios que contraten de manera indefinida. Si la recuperación se basa en la temporalidad, el PP se ha puesto entre ceja y ceja aspirar ya de forma definitiva a hacer del empleo algo más que una ocupación. En este sentido, explicó que no tendrán que pagar por los primeros 500 euros de su sueldo y que se trataba de la «medida estrella» de su programa electoral. En alusión a Cataluña, se congratuló del reciente fallo del Tribunal Constitucional y puso las cosas en su sitio: «En España todos los ciudadanos tienen que cumplir la ley, también el presidente de Cataluña». Fue el giro que levantó definitivamente el acto al grito de «España, España». Finalizó su intervención Mariano Rajoy con una referencia al orgullo de pertenecer al PP. «En cada rincón hay un militante que luce con orgullo las banderas del PP y de España de manera conjunta», dijo Rajoy. Bandera en alto, la militancia coreó su nombre para dar paso a los últimos abrazos de una jornada de paciencia infinita y de acercamientos que forman parte de toda esa parafernalia electoral que está llamada a protagonizar las próximas dos semanas.

Antes de que lo hiciera Mariano Rajoy, también intervinieron el presidente del PP en Andalucía, Juanma Moreno, su homólogo a nivel provincial, Elías Bendodo, el número uno de la lista popular de Málaga al Congreso de los Diputados, José María García Urbano, y el alcalde de la capital, Francisco de la Torre. Fue Juanma Moreno quien se encargó de atacar a Ciudadanos. «Es el partido que se ha convertido en el principal sostén del PSOE y que ha impedido que acabemos con el impuesto de sucesiones», dijo, antes de advertir a la militancia de no fíarse de «un envoltorio bonito». Sobre el paseo previo, aseguró que venían de darse un «baño de multitudes». ¿Qué es un debate comparado con eso, cuando se trata de calle Larios con sabor a Navidad?