­La cita es temprano. A las 10.00 horas de la mañana en el bar más antiguo del casco histórico. Las agendas y el calor obligan a adelantarse al reloj. El primero en llegar es el candidato socialista. Miguel Ángel Heredia trata enseguida de extrapolar su puntualidad al resultado del 26J. «De eso nada. Yo llevo más de diez minutos aquí», le espeta Carolina España que ya ha saludado en pocos minutos más que muchos un sábado por la noche. «Una campaña a pie de calle», diría más tarde. La tentación perpetua de los colectivos para saludar a políticos es eterna. A la cita se une diez minutos más tarde el candidato de Unidos Podemos, Alberto Montero. Impecable, con americana y un toque ligeramente pop rock. Un ministro de Economía in pectore. La política en realidad es el resultado de la inteligencia de sus líderes. Por eso Irene Rivera estuvo la noche antes en Madrid para acompañar a Albert Rivera. Pero se subió al primer AVE y llega apenas media hora más tarde.

En algunos aspectos, aunque les cuesta trabajo admitirlo, pronto llegan a la conclusión de que no hay peor tortura para el político que enfrentarse los unos a los otros en eternos debates electorales. Fue una de las principales conclusiones a las que llegaron Carolina España, Miguel Ángel Hereda, Alberto Montero después de apenas diez minutos compartiendo mesa en el desayuno organizado por La Opinión. Uno de los misterios más extendidos en torno a la figura del político, repleta siempre de sombras negras, está en saber cómo se comporta fuera de los circuitos habituales del mensaje calculado en los que se mueve en su día a día. La diversidad también está en lo que pide cada uno. En este momento actual en el que los nuevos partidos no son causa, sino consecuencia, también lo son los gustos en los cafés. Heredia y España optan por una versión rebajada y Montero por una carga completa de cafeína. «Yo un café sólo», espeta al camarero. «Americano», apuntilla. Irene Rivera directamente se pide un pitufo y un té verde.

Ella hizo lo más difícil antes que lo más fácil. Subirse a un AVE en Madrid a las 6.30 horas para llegar a tiempo. Después de darle un sorbo al zumo energético afirma que ella sí que ve importante ir a todos los debates a los que se le reclama su presencia. Con su habitual tranquilidad se acaba el mixto sin reparar que está siendo inmortalizada por los fotógrafos. Su negativa a renunciar a los debates rompe la posibilidad de que los equipos de los cuatro puedan llegar a un acuerdo para prescindir de ellos. «Pues si todos estamos de acuerdo que no sirven para nada, le decimos a nuestra gente que se pongan a hablar ya», había sugerido España. «No mueven apenas un voto», asegura Heredia. «Si acaso los de dos. Un debate a cuatro no te consigue votantes», sentencia. Montero, que insiste en que a él le han cambiado el escenario, recuerda su época de profesor. «Me sigue costando acostumbrarme a esto», manifiesta y admite cierta dificultad para tirarse a la yugular en los rifirrafes electorales. La inocencia evoca cierta ternura y quizá por ello España se refiere a él como «Albertillo». «¿Me ha llamado Albertillo?», pregunta al aire.

Detalles de la mesa. La mercadotecnia de la política es cada vez más exigente. Todos vienen acompañados de sus asesores. La escudera de Montero aborda el asunto con profesionalidad y estoicismo. Apenas da indicaciones y revela que en el pasado fue dramaturga. Cobra fuerza la teoría entre los demás que Podemos sigue viendo a la política como un espectáculo de televisión. El plató, la plaza Uncibay, también puede tener su encanto. Históricamente las barras y las mesas de las cafeterías han unido más que algunas ideologías. Esa impresión nunca fue pasajera y también se confirma, además, en el saludo. También la de la importancia que siguen teniendo ciertos medios. El mundo puede cambiar de hoy para mañana pero el peso de los periódicos en campaña electoral seguirá siendo aplastante. Así como el peso de los años. Montero y Rivera se sorprenden por momentos al ver a España y Heredia bromeando. El afán de llevar casi media vida queriendo echarse mutuamente de las instituciones da también lugar a cierta confianza. La tonalidad de su chaqueta fue aprovechada por Heredia para esbozar ligeras alusiones poniendo en duda la fidelidad de España a su partido. «Me encanta el rojo socialista que llevas puesto hoy», dice con cierta sonrisa picaresca. «A mí nunca me saluda de forma tan efusiva», no se sabe si se alegra o lamenta Montero. Sin experiencia apenas en el sector, le costó mucho trabajo trasladar su mensaje electoral ante la cámara.

Se relajan y empiezan a intercambiar confidencias sobre cómo va la campaña. A todos les aguarda un día intenso y Montero suelta ligeras quejas sobre el ritmo de campaña. Hay reuniones con colectivos, incluso, en el caso de España, un acto con un ministro de Justicia en funciones.

Se les pide que graben un vídeo de menos de un minuto explicando las razones por las que votar a sus partidos y todos, con profesionalidad, lo abordan ajustándose a los límites marcados. «Tengo para más si queréis», asegura España, antes de preguntarle a Heredia que «cuándo van a echar ya a Pedro Sánchez». El Bar Doña Mariquita no ha tenido nunca, tal vez, una cliente tan profesional y diligente. Puede que tampoco tan ambiciosa. Estamos en campaña.

España explica que la otra España, el país, antes era una preocupación y que ahora está en la vanguardia. Herida tiene suficiente y se levanta de la mesa. Todos se despiden amablemente y se desean suerte de forma chinesca. La Opinión los reunió y todos lucieron sonrisaLa Opinión. Eso acerca de lo ameno o lo pesado de algunos actos. «Los debates son un coñazo», concluyeron. Todos salvo Irene Rivera que muestra predilección por la cámara en todo momento.