El calor entra en campaña. Era cuestión de tiempo. Tanto hablar de Venezuela, que, al final, el cielo se puso Caribe, con gracia, aunque sin rastro de humedad. No había tantos grados a la sombra desde los tiempos parduscos de la democracia orgánica, cuando había que ir a menudo a moderarse frente al pueblo en plena gasa de sayón militar. La política, entre el solazo y los populismos, se ha vuelto tan diáfana que, si no fuera por la incómoda polisemia, habría que hacerla directamente con las bermudas puestas y en panamá. Y más en este programa de variedades con final bronco en el que se ha convertido el periodo oficial de captación del voto, que no se arruga ni con la recurrencia ni con la recomendación estética de la frugalidad.

Felipe González, a principios de los ochenta, puso de moda lo de recorrer España abrazando a bebés. Treinta años después, y con más competencia en las urnas, se ve que el asunto ya no es suficiente y la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría posa con una tortuga boba, si bien es cierto que por una buena causa de fondo: la suelta de un animal, el saurópsido, que fue encontrado herido el pasado diciembre y que los técnicos del Aula del Mar han conseguido sanar en el Centro de Recuperación de Especies Marinas de Málaga. La tortuga regresó ayer al agua y a su despedida, desde un barco, además de Sáenz de Santamaría, acudió la cúpula andaluza del PP. Algunos como el delegado del Gobierno, Antonio Sanz, con loción solar para protegerse de las perfidias de la popa. La tortuga se movía nerviosa, rodeada de flashes, zarandeada discretamente y, bajo supervisión, por unos y por otros. Esa tortuga, en parte, también en España. Y todavía debe decidir en qué dirección nadar.

La vicepresidenta y número 2 por Madrid quiso influir al respecto. Y lo hizo con su habitual y admirable gusto por las cifras, aunque traicionada en la oratoria por el exceso de ímpetu persuasivo, que la llevó a afirmar que en Málaga seis de cada cuatro personas de las que perdieron su empleo con la crisis ya han vuelto a trabajar. Lapsus aparte, Sáenz de Santamaría hizo gala de lo que en este país tanto gusta de un político cuando se mete en provincias: la combinación de elogio y conocimiento detallado de los principales datos de interés de la economía local. Incluso, prometió la creación de 130.000 empleos en los próximos cuatro años en Málaga-en Andalucía serían 700.000-, un objetivo, señaló, que el PP entiende perfectamente factible porque, abundó Soraya, ya se ha cumplido con la parte más difícil: la salida de la recesión.

El inicio de la campaña y la suelta de la tortuga desvela, por si había dudas, cuál será la receta por estos pagos del PP. Insistir en el repunte en las cifras económicas, que la vicepresidenta puso en contraste con las de la Junta de Susana Díaz y del PSOE, a los que acusó de no «colaborar» con el despegue, y reivindicar un espacio para su partido en el espectro político equivalente a la moderación. «Los votos del PSOE pueden servir para llevar a Iglesias a La Moncloa. Andalucía no es radical», exclamó Juanma Moreno. Cada candidatura con su tortuga personal a cuestas, jaleando a la otra y colectiva, en mitad del debate, de España y del terral.