Deshabitado patio de butacas del Teatro Cervantes. Algo estamos haciendo mal. Por más que analizo las causas no logro llegar a una conclusión. Leo en las redes sociales que el fanático se ha impuesto al aficionado y que como faltan algunos de los grandes la sala no se llena. Según hablan algunos entendidos la gente ve a su agrupación y se va. Mi pregunta es: ¿Acaso no ha sido siempre así? En mi subconsciente están esas finales con los bares de los aledaños al teatro llenos a rebosar y entrar al coliseo sólo cuando se avecinaban algunos de los de siempre. ¿Por qué se abre ahora esta brecha? Cuidado con las respuestas, incluso cuidado con la preguntas. Hay que tener mucho miramiento con lo que se comenta, critica o se cuestiona. Pronto te fustigan con el dicho de «tú llevas tres días en el carnaval». Para poder opinar o simplemente decir qué te gusta y qué no, tienes que conocer la fiesta de hace veinte años atrás.

En la primera fila hay de todo, pero también grandes periodistas que tratan al carnaval con un mimo y respeto que más quisieran muchos; eruditos que describen repertorios con sutileza, diciendo lo que se quiere oír y lo que no también, pero, sobre todo, sabiendo de lo que hablan (No me incluyo, Momo me libre; yo llevo tres días en esto). Pero qué pasa, que tienen treinta años y que jamás se han subido a las tablas. ¿Acaso un crítico de cine para serlo tiene que haber sido antes director? Puede que seas comparsista, murguista o cuartetero y lleves veinte años cantando con un grupo, pero también puede ser que aquel que disfruta de la fiesta desde hace mucho menos tiempo haya escuchado más carnaval que cualquier jurado y su valoración sea tan respetable como la tuya. Terrenos pantanosos, lo sé, pero el veneno de esta fiesta es lo que tiene. Que te embruja con una obra cargada de poesía y un misterio lleno de carcajada te conquista en una noche cualquiera. Los que vivieron la sesión del lunes en el templo sé que me entienden.