En esa relación de amor-odio que tú y yo tenemos hay noches de tormento y amaneceres de ensueño. Tú, que al hablar en femenino nunca me habías conquistado; mi ingenuidad y cabezonería solo me permitía entregarme a esa melodía varonil. Pero en las relaciones amorosas nunca se puede decir de este agua no beberé. En nuestra cita del martes, un encuentro como otro cualquiera, me dejé llevar y me rendí por entero a tus encantos. Tus armas de seducción pudieron conmigo, me convertí en una bucanera más y tu lanza de batalla me dio directa al corazón. Tu señuelo no fue otro que un repertorio cargado de sensibilidad, de maestría, de dulzura. Poner sobre la mesa un tema tan delicado es un arte amatorio complicado; sin embargo, a ti te funcionó, porque el patio de butacas y yo caímos rendidos a tus pies. Y la vida pudo a la muerte. Una muerte que me visita cada despertar, porque esa lucha que tú has hecho canción habla de ganar, pero en este caso a él le tocó perder.

Pero yo ya he firmado mi compromiso de lealtad y fidelidad contigo y en nuestra acta de matrimonio, con esa cuarteta de fondo a modo de salve marinera, te declaro mi amor a la vida. Porque si sigues, mi pacto contigo será para siempre y por ti me convertiré en una amada invencible; enterraré mi hacha de guerra y dejaré nuestras diferencias en el pasado, porque después de escucharte, entre lágrimas, entendí que a ti y a mí lo único que nos une es la vida. Vida al 3x4, vida al son de una copla, vida a la melodía de gargantas valientes, vida a una pluma indolente, vida a una fiesta que pasa inadvertida para muchos, pero que para la que escribe se ha convertido en eso, en mi vida. Porque no es mi afán otro que rendirte un homenaje que sale de un corazón con una herida incurable, y que tú en veintiocho minutos le volviste a dar VIDA. Gracias, bucaneras. Gracias, Maxi.