Querido lector: parto de una base que te puede resultar cómica o que incluso me puedes decir cuando lo leas que tengo poca vergüenza ya que no sé componer, no tengo voz, y mi oído está en Pekín y el otro en Carlinda. Por favor, ruego que siga leyendo. Confíe en mi.

Si la semana pasada se profundizó en un tema fundamental como lo es la letra, en esta ocasión es necesario reflexionar en otro pilar básico de la copla. La música. Sí, ya lo cantó Juan Pardo. Bravo por la música. Bravo por esa sucesión de melodías que se quedan adheridas en la memoria para siempre. Bravo por la buena música. A veces, me resulta más fácil recordar el hilo musical de un pasodoble que la propia letra. No me puedo poner técnico ni mucho menos. Soy un neófito. Me parecería una falta de respeto para los verdaderos músicos que hay en esta fiestas. Estos autores que componen año tras año con el alma en cada estrofa y ponen el corazón en cada hoja de su partitura.

Mi prisma es la del receptor de la misma. Hablo de sensaciones como oyente y amante del carnaval. De lo que escucho y me hace sentir la unión de letra y música. Desde un punto de vista creativo no puedo entrar a valorar. De ahí mi respeto y admiración a aquellos privilegiados que realizan verdaderas obras de arte. Sí, porque la música es un arte. Y es un arte también aquellos autores que la convierten en un dulce, en un caramelo y que complementan una magnífica letra o incluso la letra que parece de menor calibre sube su potencial. Atrapa al oyente. Sin duda, es el segundo pilar que sustenta la copla carnavalera. Sin estridencias, sin interferencias, sin ruido. Esa limpieza permite captar mejor un mensaje que debe calar al respetable y ser recibido en toda su plenitud por el receptor. Ahí reside la clave. Con más fuerza, con menos, con mayor intensidad. A continuación llegará la ejecución. Tras la letra y la música el siguiente paso es saberlo cantar. Es el producto ya en venta y que debe puntuar un jurado. Aquí ya hablaremos otro día. Y sí, tampoco se cantar. Sea como fuere la música es inolvidable.

Es difícil recordar la primera vez que nuestro cerebro capta una melodía musical pero desde que somos unos bebés nos han cantado. Tenemos activada esa tecla sensorial pero no todas levantan el vello. Es innegable afirmar que la música atrapa al individuo como oyente. Ha sido, es y será un elemento vital en nuestras vidas. En la escuela enseñan que el ser humano nace, crece, se reproduce y muere. Pues en todo ese camino siempre resuena una canción que nos acompaña por ese sendero peligroso pero intenso que lo llaman vida. La música retrotrae alegrías, hace llorar, enamora, entristece, conmueve. La música es vida. La vida es música.