El Festival de Málaga se ha estado desarrollando mientras en la taquilla ocurría algo brutal, casi inaudito: una cinta española, Ocho apellidos vascos, lleva casi nueve millones de euros recaudados en menos de dos semanas de exhibición -algunos días, casi seis de cada diez espectadores que pasaban por taquilla en nuestro país lo hacía para ponerse delante de la película de Emilio Martínez-Lázaro-. La Sección Oficial, que no ha incluido ningun título con visos de siquiera imaginar el éxito de Ocho apellidos vascos -no, tampoco Kamikaze, una cosa descaradamente comercial que suena al típico flop de una peli de Antena 3, como lo fue el año pasado Combustión-, demuestra que los cineastas de nuestro país sí buscan hablar de tú a tú al espectador, contándoles historias que, eso creen, les importan. Bien: hace años ya que se busca contentar al espectador. El problema empieza cuando nuestros cineastas siguen sin disponer del talento necesario para hacerlo: sí, tantos años riéndonos de los yanquis, de cómo lo convertían todo en un espectáculo, de que todo lo hacían entertainment, y ahora, que queremos imitarlos en tantas cosas, nos damos cuenta de que no era tan fácil como parecía...

Pues eso, el espectador ya es la meta en las historias. Una mujer derrotada que se mete en el andamio poco antes del estallido de la burbuja inmobiliaria (Los fenómenos), un exboxeador que cuida de su hermano -sin ayuda por dependencia- (Dioses y perros), redenciones en medio de una cárcel (321 días en Míchigan), las relaciones sentimentales en tiempos del Skype (10.000 km)... Ha habido muchas historias pegadas al barrio, a la calle, a nuestro día a día. Lástima que en bastantes ocasiones la búsqueda del espectador, de su identificación con los personajes, sea tan desesperada que se recurra a tantos lugares comunes que rechinan los dientes; y que la forma de afrontar la realidad no sea más perspicaz y valiente: al final, en muchas de estas películas, lo cotidiano, lo pretendidamente social no es más que un telón de fondo para las peripecias y tics de siempre.

Una de las secuelas de esta búsqueda del aplauso: el cine más singular y diferente, las propuestas atrevidas, quedan fuera de la clase media que nutre el concurso de la Sección Oficial; este tipo de producciones, en un sector en caída libre como el audiovisual español, ya sólo se podrán desarrollar en los estrechos márgenes del cinema povera. Lástima, porque Todos están muertos demuestra que hay camino para los filmes raretes pero gustables. De la destalentada El oro del tiempo ni hablamos: apolillado cine de supuesto autor.

¿Problemas? Los de siempre: salvo honrosas excepciones (10.000 km y Todos están muertos, fundamentalmente), los guiones son anémicos, no agarran con fuerza las posibilidades de sus sinopsis; no hay una idea clara, unitaria detrás de muchas de estas películas, como si éstas fueran nada más que la suma de intenciones, sólo empeños sin un rumbo definido. En muchas ocasiones las facturas impecables -los técnicos españoles siguen siendo de primera; quizás España viva su mejor momento en este sentido- arropan deficiencias de concepto, de enfoque... El problema de muchos de estos filmes es que son viajes a ninguna parte, no sólo en lo argumental: «¿Quién pagará 7 euros para ver una película como ésta», ha sido la pregunta que más me hecho estos días. No, las películas no eran terribles -a excepción de Por un puñado de besos, auténtica desvergüenza impropia de un festival, aunque éste se arrogue su condición de foto fija del audiovisual nacional- pero su existencia no está justificada de tan fútiles que son. Porque Ocho apellidos vascos será una película de ésas que desprecia buena parte de la crítica pero consigue lo que propone: contar una historia cercana al acervo cultural del espectador pero poco plasmada en la gran pantalla y hacerlo con un tono gamberro, ligero y con chispa.

¿Qué cine quiere hacer el cine español? ¿Cine comercial? Hace falta talento, concretar el objetivo, apuntar hacia la diana y disparar al centro. Eso es lo que hace Ocho apellidos vascos. Pero, ¿qué pretende exactamente La vida inesperada, por ejemplo?