Los héroes del mal

Dirección: Zoe Berriatúa.

Intérpretes: Jorge Clemente, Emilio Palacio y Beatriz Medina

Hace unos años ganó en el Festival de Málaga Els nens salvatges, una obra de Patricia Ferreira sobre el angst adolescente situada en un insatisfactorio punto equidistante del tremendismo hardcore de las cosas de Larry Clark hasta el spot di no a las drogas de Thirteen, pasando por los productos con coartada arty como Tenemos que hablar de Kevin -supondrán que en el póster del filme, al lado del logotipo de la Biznaga, no salía ninguna frase de mi crítica de entonces-. Lo que ha traído Zoe Berriatúa, afortunadamente, no se alinea con ninguno de esos perniciosos referentes ni está en tierra de nadie. Lo del actor y director -no hay que ser un lince: el hombre se está paseando por media Málaga con una camiseta del logotipo de Batman- tiene más que ver con el cómic que con el vídeo didáctico sobre los peligros de ser un chaval malrollero. De alguna manera, la primera parte del metraje de Los héroes del mal funciona como un remedo de barrio, sin mallas ni superpoderes, de la génesis de cualquier supervillano de tebeos -y en eso tiene algo de la singular Chronicle, de Josh Trank, pero sin ningún tipo de efecto especial-. Son, sin duda, los mejores minutos de la película, que ofrecen perspicacia y voluntad de estilo -el uso de la estupenda banda sonora, repleta de fanfarrias orquestales ampulosas, para narrar la escalada de violencia en las fechorías del trío adolescente protagonista resulta de lo más eficaz y sugerente-, que bien podrían recordarnos a If... (Lindsay Anderson), La revancha de los novatos (Jeff Kanew) y cualquiera de esas películas de cárceles que transcurren en centros educativos. El espectador comienza a sonreír (malévolamente) pensando en que, por fin, en el cine español un director va a hablar del lado terrible de la adolescencia, sin juicios ni excusas...

...Hasta que se empieza a notar que Los héroes del mal es una producción de Álex de la Iglesia. Porque Berriatúa comete uno de los proverbiales pecados del cine de su maestro: a mitad del asunto, la cosa hace flop y ya todo renquea hasta el final, cuando, la verdad, a uno ya empieza a importarle poco lo que les ocurra a los personajes de tan cansino que se ha vuelto todo. En el momento de la verdad, cuando tenía que haber apretado, el cineasta pisa el freno, y las escenas se hacen largas, fatigosas y redundantes, los protagonistas empiezan a deambular en círculos argumentales, la exposición de todo comienza a ser rutinaria (siguiendo con el apunte de la banda sonora: las piezas de clásica utilizadas de forma ingeniosa dan paso al empleo de una sobreempleada pieza de Michael Nyman, circa Greenaway, para el subrayado dramático del desenlace)... Una lástima, porque Berriatúa tiene cosas que decir y sabe mirar con ganas e intención.