Matar el tiempo

Director: Antonio Hernández.

Intérpretes: Ben Temple, Yon González, Aitor Luna.

El otro día pasaron por televisión El Capitán Trueno, el descalabro más colosal del cine español reciente -hasta su protagonista, Sergio Peris-Mencheta, recomendó a la gente que no viera la emisión-; la cosa llegó hasta ser trending topic: mi timeline de Twitter se llenó de humoradas despectivas -merecidas- sobre la adaptación comiquera de Antonio Hernández. Pues bien, cuando, dentro de unos años, se pase en televisión su más reciente filme, Matar el tiempo, no va a ocurrir algo parecido -y no porque estemos hablando de una película estupenda, ni mucho menos-, lo cual no sé realmente si es positivo o negativo: ya se sabe que en estos tiempos la malura y el despiporre pueden tener hasta cierto prestigio.

Había una película curiosa en la cabeza de Antonio Hernández, la pequeña aventura de un auditor aburrido de la vida que sólo observa lo que sucede a su alrededor, sin participar realmente, abrumado por todo y todos. Pero el autor de En la ciudad sin límites y Los Borgia no la ha llevado a cabo. Matar el tiempo, un thriller que parte de la tecnología (las cámaras web) para delimitar su formato, no tiene ni el vértigo abracadabrante y de espíritu eminentemente meta de Open Windows (Nacho Vigalondo) pero tampoco la capacidad de entretener sin más (pero tampoco con menos) de Cellular (David R. Ellis), dos poneres de cintas también constreñidas por los aparatos -una webcam y un teléfono móvil, respectivamente- en que se centran sus tramas. Los casi 120 minutos de la película de Antonio Hernández son demasiados para un ejercicio de género sin tensión ni punch, con un guión farragoso, con demasiado texto inservible y frases repetidas, y un tempo dolorosamente premioso, que se arrastra. Son éstas, precisamente, las anticualidades en un género como el del thriller, que, ante todo, debe agitar y sacudir. En el filme, el protagonista se sacude su marasmo vital; la película, en cambio, jamás abandona su anemia.