Cuando uno ha de ponerle peros a una película sobre algo que escuece, un hecho que obliga a posicionarnos, remueve conciencias y estómagos, parece sentirse como un indeseable, un antipático sin remedio. Si encima, el respetable irrumpe en aplausos (los primeros sinceros en todo lo que llevamos de competición), la cosa se pone peor todavía... Pero lo cierto es que Techo y comida, la crónica de una caída en absoluta desgracia en estos tiempos de la crisis, no es más que una sucesión de catastróficas desdichas, una lectura de titulares de periódico pero añadiendo nombres y apellidos, caras y lágrimas, a las estadísticas de nuestro fracaso. Básicamente, es una muestra de ese cine de telediario, de ese tipo de filmes que buscan corporeizar acontecimientos del aquí y del ahora pero que, realmente, no logran trascender su valor de urgencia. ¿Podríamos decir ya que es el Solas para la generación de los recortes y los desahucios?

Sin la carga ideológica (¿panfletaria?) de Ken Loach, ni tampoco la ficción documentalizadora de los Dardenne, la película de Juan Miguel del Castillo se queda en un discreto punto medio, algo insípido, aunque en su favor hay que decir que el director se deja de zarandajas y se limita a lo justo y necesario. En realidad, es una película nacida de la frustración, de ahí que lo que se proponga sea poco más que un desahogo. Tras 90 minutos de calvario, de ese eterno viaje hacia Guatepeor que es la vida de Rocío y su hijo, llegan los títulos de crédito: «500 personas son desahuciadas cada día en España. Los bancos han sido rescatados con 100.000 millones de euros. ¿Y a ti quién te rescata?», se lee en un texto con la altura y el poso de un discurso de Podemos: efectivo, fácilmente comprensible y empatizable. Así que siguen sonando los aplausos en el Teatro Cervantes durante los créditos y me viene la pregunta: en realidad, ¿están aplaudiendo a la película o a lo que quiere decir la película? ¿Están aplaudiendo Techo y comida o están exigiendo techo y comida, justicia social?

Ah, por cierto, la Biznaga a la Mejor Actriz de este año ya tiene propietaria, Natalia de Molina (por el consabido sumatorio que siempre funciona en esto de los premios: kilos de menos + acento intenso + personaje sufridor), pero quien es la gran razón por la que ver Techo y comida es el chaval que encarna a su hijo, Jaime López.