­La parodia con la que Antílopez despellejan a los cantantes de nuevo cuño, y en la que desvelan la inutilidad del manido recurso «urunou», materializó anoche en el Teatro Cervantes el mejor de los arranques vividos en una gala en toda la historia del Festival de Málaga, que han sido muchas y en su mayoría lamentables. La broma sirvió de introducción a la interpretación del tema La balada ovalada, otra delicia que anticipó la entrada en escena de Andreu Buenafuente, que, igualmente, se ganó ayer el puesto del mejor de los presentadores con los que ha contado la cita malagueña. El reto no era tampoco demasiado, baste recordar la falta de conexión de Gonzalo de Castro en la clausura del pasado año, pero al menos desde ahora contaremos con un referente que nos recordará que las galas también se pueden hacer bien; que en este sentido también podemos -debemos- ser adultos.

Como ocurre en todas las galas en las que se reparten una extensa lista de galardones, la mayor parte de la velada resultó una sucesión de agradecimientos, algo con lo que se cuenta de antemano, pero si en los espacios el presentador es capaz de hacer reír mientras mete los dedos en la situación política y social del momento, pues la monotonía encoge y aumenta el ritmo. «El primer aplauso debería ser para vosotros mismos», señaló Buenafuente al recordar la mayoría de edad del Festival. «Wert me ha llamado para que recorte el aplauso un 21%, pero yo le he dicho que ni hablar, que lo que no se puede recortar es la emoción y la ilusión de una ciudad». El tono del presentador, que contó con el único apoyo musical de Antílopez y Zahara, no cambió en toda la noche. Incluso se atrevió con el surrealismo -«He venido a Málaga a arriesgar, y por eso voy a marcharme del escenario andando para atrás, algo que nunca ha hecho nadie en una entrega de premios»- y la autocrítica al protocolo -«Demos un espontáneo aplauso al Ayuntamiento y los patrocinadores»-.

La emoción contenida que el gran triunfador de la competición, Daniel Guzmán, había mantenido durante la presentación de su película, 'A cambio de nada', e incluso en la rueda de prensa tras la lectura del palmarés, se rompió cuando recibió, de manos de los miembros del jurado, la Biznaga de Oro: «Hoy hago las paces con mi familia, con mis padres y con mi pasado», dijo entre lágrimas.

También se echó a llorar Natalia de Molina, que recibió la estatuilla tras las palabras, dichas sin atisbo de empatía alguna, de Óscar Jaenada. «Estoy emocionada. Han sido unos días increíbles. Esta película es necesaria para que veamos la injusticia de un sistema que nos asfixia y olvida a las personas», apuntó la intérprete de Granada.

Otra nota de humor, quizá no buscada, por lo que resultó doblemente simpática, la ofreció el joven intérprete malagueño Emilio Palacios, que recibió una mención especial por su trabajo en 'Los héroes del mal', de Zoe Berriatúa. «Gracias, mi ciudad, que me ha parido, y a mi madre, que es la persona que en concreto me ha parido», soltó Palacios. La entrega de la Biznaga a mejor actor tampoco estuvo falta de anécdota, ya que el galardonado, Ernesto Alterio, que no pudo asistir, agradeció por carta el galardón, que fue entregado por su esposa, Juana Acosta, y Goya Toledo. Ésta última fue la encargada de leer la parte en la que el argentino le dedicaba el premio a su mujer.

La reflexión sobre el estado del cine español la ofreció Jonás Trueba, cuya película, 'Los exiliados románticos', recibió el premio especial del jurado. El menor de los Trueba alertó de que la producción de filmes camina hacia la destrucción de cintas de mediano presupuesto. «Vamos hacia un cine de películas muy grandes o muy pequeñas», dijo en defensa de una pluralidad mayor en este sentido.