­Chicago. Un paciente lleva varios meses en coma, despierta y recuerda todo lo vivido en ese estado. Incluso los sonidos. Los cineastas Javier Cabrera y Andrés Clavijo leen la noticia, se inspiran... Ésa es la génesis de Walkman, una de las obras que componen la selección de cortometrajes malagueños del inminente XIX Festival de Cine Español.

La canción 1980´s Summer Breakup, de Sunglasses Kid, y lleva la historia. El tema, el favorito de Paula (Marisa del Prado), aparece en la cinta de cassette que es la esperanza de Guillermo (Pelayo Cano), quien cree que recuperándola podrá salvar la condición crítica de su esposa. Se trata de una representación «de la fuerza de las conexiones que hay entre las personas, del vínculo humano y cómo éste se adapta encontrando un nuevo equilibrio cuando algo extremo sucede», en palabras de su director, el argentino afincado en Javier Cabrera.

Todos estamos conectados. Walkman es una historia pequeña de sentimientos grandes, profundos: «Es un acercamiento a las emociones. Habla de la soledad y del amor como camino a esa transformación que todos experimentamos después de un momento difícil», cuenta Javier, obsesionado en Walkman con ofrecer credibilidad y mucha emoción.

La historia detrás del cortometraje también es de superación y esfuerzo: sus responsables no han contado con apoyo económico alguno, invirtiendo el equipo todo su tiempo y dinero en la pasión de rodar, de dar vida a través de las imágenes. De ahí que su selección por el Festival de Málaga sea un espaldarazo que sabe a gloria.

Y detrás, o delante, de todo esto se encuentra el pequeño Nacho Pintor, el hijo en la ficción de Paula y Guilllermo. Nacho es hijo de Paloma Fajardo, productora de Walkman. Sí, madre e hijo trabajando juntos, codo a codo, apasionándose por una historia que fue juego para el pequeño.

Fajardo y Cabrera se conocieron a través de Daniel Rivero, encargado de sonido del corto, en un proyecto que acabó desembocando en éste y en una amistad de gran feeling. El cineasta propuso a Nacho para el papel y el niño, de seis años, no dudó al contestar: si no había ni escenario ni público, pues dice sufrir de pánico escénico, lo haría sin pensar. Y lo hizo.

El resultado ha sido «una magnífica experiencia en la que ves cómo un niño vive cada momento como si se tratara de un juego», testimonia la madre. Ambos estaban de estreno, ella como productora y él como actor.

Nacho alucinó, y ya piensa, cómo, no en la siguiente aventura cinematográfica. «Tiene un director» y quiere ser actor, pero también trabajar en la farmacia de mamá. Los sueños de un niño que él ya cumple.