De los géneros actuales dentro del cine español hay uno especialmente pujante: películas españolas que pretenden que el espectador salga de la proyección diciendo que no parecen películas españolas. 'Toro' es el último exponente.

Seguramente, se hartarán estos días de leer reseñas y opiniones de expertos y aficionados asegurando que thrillers con tan pocas concesiones y que aspiran a cierta estilosidad son muy caros de ver en una industria más dada a lo melifluo, lo mediocre y lo sinsangre. También les resultará imposible driblar las menciones al cine coreano de Na Hong-Jin ('The Chaser') o Kim Jee-Woon ('I Saw The Devil'), al díptico 'The Raid', de Gareth Evans, y, especialmente, a 'Bronson', 'Only God Forgives' y 'Drive', de Nicolas Winding-Refn. Pero lo que ha logrado Kike Maíllo con su paseo por tales lares sólo refleja dos cosas: primero, que su gusto cinematográfico como espectador es admirable; segundo, que si tus deseos y aspiraciones se quedan lejos de tus resultados, no llegas al estilo; simplemente te quedas en la voluntad de estilo. O como dice esa frase anglosajona: "Tu mente extiende cheques que tu cuerpo no puede pagar".

Ninguno de los referentes anteriormente citados contiene originalidad o autenticidad en el sentido más rancio de los términos: por ejemplo, ¿qué es 'Drive' si no 'The Driver' (Walter Hill, 1978) con retropop electrónico y cabezas reventadas? ¿No podría haber firmado Tony Scott muchos de los ejercicios más hiperbólicos de ese nuevo thriller coreano? Sin problema ninguno. El asunto es que esas influencias que mencioné tienen todas algo en común, algo propio de la posmodernidad bien entendida y ejecutada: un arrojo desaforado -que, muchas veces, llega al ejercicio de la nada y el absurdo: ahí está 'Only God Forgives'- y, sobre todo, la habilidad y el talento para crear iconos, muchas veces a partir de detritos de la cultura popular. Y en 'Toro' hay un quiero y no puedo, un nadar y guardar la ropa: a este burel le falta brío y entrar al trapo de su planteamiento... Se nota especialmente en sus secuencias pretendidamente brutales, promocionadas como episodios de una ultraviolencia poco habitual en este celuloide pero, de veras, poco impactantes porque hace falta ya mucho más para shockear. En eso sí se nota que es cine español, puro y duro.

¿Basta con que la película mire tan arriba cuando lo que entiende de Nicolas Winding-Refn es que es un loco del neón y los colores chillones? No, cuando antes de darle al on a las lucecitas has hecho algo tan convencional como una escena romántica entre 'Toro' y su novia debajo de un toro de Osborne -por muchos flares que le ponga y Joe Crepúsculo y su teclado mágico se crean que estén bandasonorizando para Michael Mann eso es, simple y llanamente, una horterada-; o cuando te sacas de la manga una tarantinada tan patética como la escena de José Sacristán y su daga voladora...

Al final, me doy cuenta de otra de las características comunes de las películas y directores que he ido referenciando en estas líneas: todas saben que a la hora de manejar iconos, estéticas y tendencias ajenas hace falta algo de sentido del humor, de ése que proviene de la audacia y la dosis saludable de locura... Que aquí, lamentablemente, no hay. Y sin nada de esto, lo que tenemos es una película española cuyo mayor mérito es no parecer una película española. Juzguen ustedes si eso, si el intento, les parece suficiente. A mí, la verdad, no, especialmente cuando autores como Enrique Urbizu ('La caja 507', 'No habrá paz para los malvados') o Alberto Rodríguez ('La isla mínima') lograron interiorizar tradiciones ajenas -el policiaco cortante y seco francés en el caso del vasco; 'Memories of murder', por ejemplo, al hablar del filme del sevillano)- sin perder nada por el camino.