Hay algo admirable en 'La noche que mi madre mató a mi padre'. Tiene que ver con la temeridad más absoluta: el hecho de que Inés París haya hecho una película sin un público concreto en mente, sin una intención determinada más que la de jugar con lo que le apetece, no deja de tener su guasa en una industria como ésta, la del cine español, que parece tener que justificar sus decisiones a cada paso que da. Básicamente, la directora y guionista ha hecho la película que le ha dado la real gana. Bien. El problema es que la película que le ha dado la gana carece de interés alguno.

Aunque etimológicamente la palabra 'divertimento' tenga más que ver con un entretenimiento 'light' cuyo fin es divertir, cierto uso de ella ha acabado limitándola en la mayoría de las ocasiones a la acepción de 'obra menor realizada para divertir primero a su responsable y luego, si acaso, al consumidor final'; o sea, una especie de obra de autoindulgencia, destinada a que el autor se desengrase liberándose de presiones, un ejercicio depurativo o, perdón, laxante. Pues no hay problema: algunas de las mejores obras mozartianas pertenecen a su catálogo de desenfadados 'Divertimentos' y, ya en el cine, películas que iban para caprichos menores como 'Misterioso asesinato en Manhattan' (Woody Allen) o 'La muerte os sienta tan bien' (Robert Zemeckis) han terminado siendo no sólo cumbres en las filmografías de sus responsables sino también referencias en cierta cultura popular; es decir, que un creador puede trascender el ámbito de su deleite personal e intransferible, logrando que peliculitas que, en principio, sólo deberían tener sentido en el imaginario propio y singular de su autor acaben generando corrientes de simpatías en el espectador. Pues esto es exactamente lo que no ocurre en 'La noche que mi madre mató a mi padre', un filme que en ninguno de sus minutos traspasa su condición de antojo de Inés París.

Esencialmente, también como las cintas de Allen y Zemeckis citadas -con las que no comparte absolutamente nada, todo hay que decirlo-, el filme de la autora de 'Semen. Una historia de amor' es una pieza de cámara diseñada para el teatro en su vertiente más vodevilesca. Con todo lo bueno y lo malo que suele aparecer en este particular subgénero: lo bueno, habitualmente convoca a actores solventes; lo malo, esos actores de cine solventes tienen la puñetera manía de desmelenarse y pasarse tres pueblos cuando hacen cine tan teatral. Como las propias tramas de este cine, tan tendentes a lo disparatado. Pero seamos justos: una cosa es que 'La noche que mi madre mató a mi padre' no tenga propósito y otra, que sea un despropósito; afortunadamente, se flirtea con la astracanada desde los presupuestos de la supuesta alta comedia, cierto, pero siempre hay una mecánica que guía el texto y las imágenes, no se llega nunca a extremos del sinsentido y la locura más o menos gratuita... O quizás no tan 'afortunadamente': quién sabe si una reducción al absurdo y a la sinrazón de los personajes y sus bizarras peripecias de una noche podría haber producido una recompensa de mayores dividendos. Eso es lo que me habría divertido a mí; pero parece que no a Inés París. Naturalmente, poco le importará a ella lo que a mí me divierte de forma personal e intransferible; desgraciadamente, a mí, que vivo como espectador de lo que les interesa, preocupa, emociona y también divierte a los creadores, me importaba que lo que a ella le resulta un curioso antojo me importase -disculpas por el trabalenguas-.