Los ensayistas Marcel Schneider y Roger Caillois acotaron casi matemáticamente el concepto de fantástico: para el primero, «lo fantástico, íntimamente unido a la imaginación, la angustia de vivir y la fe de salvación, explora el espacio interior»; para el segundo, «todo lo fantástico es ruptura del orden establecido, irrupción de lo inadmisible en el seno de la inalterable legalidad cotidiana». De alguna manera, Juan Cavestany, Julián Génisson y Pablo Hernando han seguido al pie de la letra las definiciones de Schneider y Caillois y han dado con una de las más singulares películas fantásticas que ha ofrecido el cine español en años.

Y lo mejor de todo es que lo han logrado a ras de suelo, sin despegarse de la cotidianidad pero trascendiéndola, simplemente cuestionando las rutinas y las normas de nuestro día a día al desenfocarlo. Aunque esté empleando mucha cháchara seudopedante para hablar de ella, en Esa sensación no hay aspavientos conceptuales ni tampoco altas pretensiones estéticas -al fin y al cabo, la productora detrás de todo esto se llama Hecho A Mano, y lleva el nombre a gala: esto desprende el inconfundible aroma de lo manufacturado, con sus imperfecciones, sí, pero también con su mimo-; todo lo contrario: la intención aquí es hablar aquí de las cosas más importantes de todas -el amor, la fe y la comunicación- de la forma más sencilla que pueda imaginarse, y echando mano del humor siempre que se pueda -eso sí, prepárense para carcajearse de algunas pequeñas tragedias-.

Y ésa es otra de las características de cualquier expresión artística catalogable como fantástico: hablan de nosotros mismos, aquí y ahora, de forma alejada, extrañada, como un espejo deforme que, de alguna extraña manera, nos devuelve el reflejo más exacto de lo que somos. Incluyamos Esa sensación en el canon inmediatamente.