Hay películas que mejoran en el recuerdo, como si la memoria, a la que a veces le da por ser bonachona, se empeñara en difuminar el metraje real, sombreándolo y dándole un esfumado delicioso, que sombrea las imperfecciones e intensifica las virtudes. Es justo lo que me ha ocurrido con 'Quatretondeta', un filme que en mis recuerdos está resultando bastante mejor de lo que me pareció, hace un rato, en mis retinas.

Me interesa, y mucho, que Pol Rodríguez transite los caminos menos obvios que surgen de la sinopsis: ya saben que la ecuación humor negro y ambiente rural suele tener como resultado la astracanada y la sátira más o menos azconiana y fallera; sin embargo, el debutante, sin renunciar a la persecución de la carcajada -a veces, algo fácil y forzada- tiene la suficiente sensibilidad, y narices, como para terminar buscando la menos complaciente sonrisa agridulce. Ahí, en esos momentos claroscuros, tamizados por una tristeza de brisa suave y luz que no deslumbra, el filme alcanza modestos niveles de sugerencia. Quizás por eso la película siga mejorando en mi recuerdo: porque ese tono crepuscular, de atardecer de sol tranquilo, es el que suele emplear mi cerebro para redibujar lo que he vivido, atenuando las euforias y las miserias.

Pero tengo claro que el hecho de que a mi memoria le entren ínfulas de bonachona respecto a ciertos asuntos esconde una verdad incuestionable: que, básicamente, es una mentirosa, piadosa, pero mentirosa al fin y al cabo. Porque 'Quatretondeta' no es el filme que estoy recordando, ni mucho menos, y carece de la personalidad, la singularidad a la que, creo, aspira. Sin embargo, de alguna manera, me agrada que sea así, me gusta que Rodríguez no haya conseguido un filme rotundo, cerrado; en mi caso personalísimo, ha creado un recuerdo al que puedo volver de tanto en tanto con media sonrisa.