Roberto Anjari-Rossi estrena un documental de observación, de pequeños momentos, muy cotidiano pero también revelador.

¿Cómo conoció a la abuela y la nieta que protagonizan el filme, y en qué momento sintió que ahí había una historia que necesitaba contar?

Para otro proyecto investigué en un pequeño pueblo llamado Teno, en una zona agrícola de Chile y en el cual muchas personas viven de trabajos temporales proporcionados por las diferentes cosechas; allí, las convenciones entre lo femenino y lo masculino así como también el peso de la religión y la tradición estaban muy arraigadas en el universo de esta sociedad. Rosalía y Laura representaban para mí dos generaciones de mujeres y dos Chiles diferente: Rosalía es un Chile costumbrista, temeroso de lo masculino y temeroso de Dios, que vive de sus recuerdos; Laura es una generación joven, con ganas de quebrar ciertos esquemas que le permitan realizar su sueño de convertirse en mecánica automotriz. Al observar la dinámica de ambas me di cuenta de que había una historia simple pero potente para contar.

Se trata de una película más de momentos y sensaciones que de hechos y episodios; prescinde incluso de un arco, digamos, dramático. Eso entraña un gran riesgo: impacientar al espectador. ¿Era consciente de ello?

Para mí el documental sí tiene un arco dramático, eso sí bastante sutil y con un final abierto. Respecto al hecho de impacientar al espectador... Es un tema interesante. La apreciación estética es algo que se transmite a través de las sensaciones pero que también se cultiva en cada individuo. Vivimos en una sociedad acostumbrada a patrones de todo tipo y esto no está ausente en el cine. Estamos acostumbrados también en esta industria a una cierta estructura dramática que nos haga entender una historia. No digo con esto que sea necesariamente malo pero sin la experimentación no hay espacios para nuevas creaciones y por ende para la innovación. Con El Legado queríamos que la audiencia se acercara a Rosalía y Laura de forma simple desde el cotidiano. Como menciona, los conflictos parecieran ser aparentemente pequeños pero son esas cosas aparentemente pequeñas las que determinan en gran forma nuestras vidas y con las que tenemos que lidiar a diario.

A la hora de afrontar un documental, el realizador siempre tiene un dilema: o se deja llevar por lo que documenta o trata de domar, abarcar y delimitar lo que documenta. ¿Cuál fue su opción?

Al inicio tuve la impresión de que estaba siendo demasiado respetuoso al no intervenir en nada en su vivir diario. Luego me di cuenta de que eso no me estaba llevando a nada. Hice una pausa en las filmaciones y me dediqué varios días solamente a poner más atención en los temas de que hablaban y a través de eso decidí la dramaturgia de la historia. Nunca intervine en un modo, digamos, ficcional porque no lo habría logrado jamás con personas que jamás habían estado frente a la cámara; lo que sí hice fue, en determinados momentos, forzar situaciones que nos llevaran a determinados temas con la esperanza de sacar el material necesario para continuar.

Resulta fascinante lo fantasmagórico, esos sueños y presencias extrañas, por la cotidianidad con la que los protagonistas lo viven. Y lo refleja sin caer en los clichés del realismo mágico. ¿Siente fascinación por esa manera de percibir que subsiste en el medio rural, mientras los urbanitas hemos sucumbido al cinismo?

Para mí esto no es realismo mágico; es una forma real, tangible de vivir un cierto misticismo. No sé si lo que siento es fascinación o desconsuelo. Es raro saber que los países americanos vivimos con culturas importadas, prestadas, impuestas.

[El legado se proyecta hoy en el Teatro Echegaray a las 22.o0]