O sea, Sebastián Borensztein, va a hacer usted una película cuyo personaje principal es un piloto que deserta atormentado por haber participado en los vuelos de la muerte, ¿y en vez de mostrar los dilemas del protagonista, la lucha entre la cadena de mando y el deber humano, empieza la historia por su final natural, la huida del militar a un pueblo Dios sabe dónde? Bien, es una opción. En realidad, la otra, la que yo habría preferido, tiene mucho que ver con lo que desde Europa se le exige al cine latinoamericano, al que consideramos una especie de reserva espiritual y sociopolítica de los que usamos la ñ -que hagan ellos las películas políticas, sociales y de gente pobre-. El otro día le preguntamos al chileno Nicolás López, que trajo la desprejuiciada y ultracomercial Sin filtros, si cree que los europeos ignoran o menosprecian la posibilidad de que exista un cine latino de vocación taquillera. «Obviamente en Europa hay mas hambre de ver cine de porno-pobreza porque es una imagen donde se sientes cómodo. A día de hoy me topo con europeos cultos que me preguntan si en mi país hay wi-fi». Así que, ¿por qué no hacer una película que no sea un alegato contra la dictadura y sus tácticas repugnantes sino una de género con eso como punto de partida y trasfondo? Porque Kóblic es, ante y sobre todo, un western, con su forastero lacónico y misterioso, en perpetua huida, su sheriff tirano e inclemente y la damisela en apuros, sus paisajes desolados y su duelo final -bueno, dura un segundo, eso sí-.

El problema es que Borensztein reproduce los esquemas, asume las convenciones con la devoción absoluta del amante del cine clasicote pero no le insufla nada de vida ni de hondura a las imágenes y quienes las pueblan. En la mirada de Ricardo Darín, en modo Gary Cooper y Clint Eastwood on total, no vemos al antihéroe solitario sino a un tipo algo insustancial que tiene muchas pesadillas; tampoco su relación con el personaje incorporado con Inma Cuesta logra trascender el ámbito del polvete de desahogo, por más que el primer beso apasionado de ambos se produzca bajo una lluvia tormentosa -algo tan cliché que vimos una escena calcada hace un par de días en Gernika y las que nos quedan, me temo-. Son sólo un par de ejemplos de que lo que Kóblic quiere ser dista mucho de lo que es. Porque cuando se enfrenta a una película como ésta, que bebe de los arquetipos y las formas añejas, es muy fácil caer en la tentación de confundir intenciones con resultados. Pero la trama es demasiado lineal y repetitiva, el dibujo de los personajes confunde lo conciso con lo soso y falta crepúsculo y sombra en la exposición de todo.