Después de meterse en la piel de Rafa, el joven sevillano de Ocho apellidos vascos y su continuación en tierras catalanas, y Álex, el desesperado novio de Ahora o nunca, el malagueño se desdobla encarnando a Carlos, un responsable y apocado padre de familia que trabaja en televisión convertido en el adivino Karl-El. Y lo hace en El futuro ya no es lo que era, cinta de Pedro Barbero que viaja entre la comedia y el drama y que ayer se presentó a concurso en el Festival de Málaga. Carmen Maura, José Corbacho, Carolina Bang, Yolanda Ramos y el también malagueño Eduardo Velasco acompañan en este película a Rovira, que sostiene que «tratar con un personaje con bastantes más aristas y con una profundidad diferente» a los que ha interpretado anteriormente le ha reportado una «interesante experiencia».

En esta película interpreta a dos personajes en uno: Carlos y Karl-El. ¿Le atrajo esa dualidad a la hora de aceptar el papel?

Sí. Hay varias cosas que me atrajeron de este proyecto. Una, que era una historia diferente a lo poquito que había hecho anteriormente. Era como un primer paso, como un coqueteo con algo que no tenía mucho que ver con la comedia. Eso fue lo primero; que sin ser una comedia dramática ni mucho menos, tampoco es una comedia al uso. Otra cosa fue también la posibilidad de poder trabajar con una actriz como Carmen Maura, de la que no hace falta que diga nada. Una persona como yo, que recién acaba de empezar, no iba a dejar pasar la oportunidad de trabajar con una de las más grandes actrices de este país, con una auténtica leyenda del cine español y una persona a la que siempre he admirado por su trabajo. Y también estaba el reto de hacer dos personajes en una misma película. La suma de estas cosas fue lo que me empujó a decir que sí.

La película viaja del humor al drama. ¿Cómo se enfrentó a esa parte más emotiva, menos cómica, de su personaje?

Me parecería un error que esta película se clasificara como una comedia porque no lo es. No tiene ni el volumen ni la intensidad de risas que tiene cualquier otra. Aunque tampoco es un drama. Me gustó mucho cómo Pedro Barbero la acuñó como una comedia postromántica. Es como si viéramos qué ocurre en una comedia romántica veinte años después, cuando la pareja ya no se muestra tan apasionada; cuando hay que pagar la hipoteca y cuando los niños ya son adolescentes y son unos cabrones. Y la película tiene momentos de pellizquito y te mantiene entre Pinto y Valdemoro. Me he sentido bastante cómodo, la verdad. En ningún momento he sentido la necesidad de tener que tirar de las herramientas de comedia. Acepté el guión sabiendo que era otra cosa. Jamás voy a abandonar la comedia, pero de vez en cuando me gusta hacer otras cosas, sobre todo por salir de la zona de confort. Y me he sentido bastante cómodo poniéndome en la piel de un padre de cuarenta y pocos años y con hijos adolescentes. Y ha sido interesante tratar con un personaje con bastantes más aristas y con una profundidad diferente a lo que ha sido Rafa, de Ocho apellidos vascos, o Álex, de Ahora o nunca.

En el lado más frívolo de su personaje está el momento en el que se tiene que poner las lentillas azules y el flequillo del adivino Karl-El. ¿Cómo vivió esas transformaciones?

Tengo que decirte que la gente que ha visto la película sale adorando al personaje de Karl-El. Pero tengo que confesar que yo lo odio. Es un personaje que no sólo odiaría si me cruzara con él sino que además odiaba porque necesitaba un proceso de hora y media en maquillaje. Además, no tolero las lentillas. Hay incluso momentos en la película en los que se ve cómo las lentillas fluctúan arriba y abajo. Tengo unos ojos muy especiales, además de tenerlos muy juntos. Cuando me caracterizaba de Karl-El experimentaba un cambio de carácter brutal. Todo el equipo decía «Dani está de Karl-el» cuando me veían de mala leche. Aunque a la larga tengo que decir que me alegro, porque creo que eso me ha ayudado en el proceso interno a la hora de crear el personaje. Me miraba al espejo vestido de Karl-El y me odiaba. Lo odiaba y lo odio con todas mis fuerzas.

Dice en la película: «El futuro nunca llega, nos atropella». ¿Siente que le ha pasado algo similar en su vida?

Espero que no... Sigo mirando las onomásticas y no me falta ningún día. Sí que es verdad que a pesar de que los días siguen durando 24 horas, da la sensación de que uno va más rápido. El tiempo es el mismo pero las distancias parecen que se hacen más cortas. No hasta el punto del atropello, pero a veces voy a una velocidad tal que por momentos me dan ganas de parar el carro y mirar la vida pasar durante unos meses.

El personaje de Carmen Maura señala que «lo que en el momento nos duele, con el tiempo lo recordaremos con una sonrisa». ¿Se ríe ahora de lo que vivió tras los Goya?

No es que me ría, pero sí es verdad que con el tiempo las cosas pierden bastante magnitud. Pero ni me arrepiento de haber subido ese tuit, porque lo hice a raíz de unas emociones reales que tuve en ese momento, ni de haber presentado la gala. Simplemente, en el momento en el que hice esas declaraciones, tras hacer balance entre lo bueno y lo malo, sentí que no me había merecido la pena. A día de hoy, han pasado muchos meses y para mí ha sido todo un aprendizaje: de analizar qué ha pasado, de aprender, de recolocarse, de volver a saber usar ciertas herramientas como son las redes sociales... No soy un tío orgulloso y si sintiera que me equivoqué, lo diría. Pero fui muy honesto con las sensaciones y emociones que sentía en aquel momento. Durante un mes y medio me quité de las redes sociales porque cogí un poco de miedo a asomarme a esa ventana que de repente se convirtió en el infierno de Dante. Con el tiempo cada uno aprende a colocar cada cosa en su sitio, a darle la importancia justa que tiene cada cosa. Y volver a las redes sociales, aunque siendo más cauto y sin asomarte tanto a una ventana en la que muchas veces no hay nada productivo y que también es el vertedero de las frustraciones de mucha gente infeliz.

¿Volvería a hacerlo el año que viene?

Estoy en periodo de reflexión. A día de hoy no es un problema que tenga en la cabeza. Estoy en otros proyectos y estoy bastante feliz. Porque no quiero que el futuro me atropelle.

Pues hablemos de su próxima película, 100 metros, en la que encarna a Ramón Arroyo, un hombre con esclerosis múltiple que pasó de no poder correr los 100 metros a los que hace referencia el título a completar un ironman, la prueba más exigente del triatlón.

Si hacer el personaje de Carlos en esta película ha sido como un pequeño paso hacia otra dimensión, que es el drama, con 100 metros y la interpretación de Ramón Arroyo ha sido como un salto Fosbury. Para mí, personalmente, y para los que hemos estado en este proyecto, ha sido algo más que una película. Para mí ha sido un viaje interno bastante potente. Salvando las distancia con Ocho apellidos vascos y todo lo que acarreó al ser mi primera vez en muchas cosas, 100 metros ha sido laboralmente una de las experiencias, sino la que más, enriquecedora, dura y transformadora que he vivido nunca. Y de repente le he visto otro sentido a esta profesión del cine, que también tiene la posibilidad de contar historias que transformen. Historias que cambien.

¿Cree que el cine español debería tener más presente la realidad social que le rodea?

El cine es una herramienta multidisciplinar y para abrir muchísimas puertas. Adoro ese tipo de cine que se mete en una historia fantástica y que no te lleva a otro sitio que no sea hacer uso de tu imaginación, de la evasión y del divertimento. Por ejemplo, algunas de mis películas preferidas son Días de fútbol o Amanece que no es poco. Pero luego, mi tercera película de cabecera siempre ha sido Los lunes al sol.

Es decir, creo que cabe todo. Si el cine retrata cada vez más a estos estratos sociales un poco más desfavorecido es porque el porcentaje de gente que vive esta realidad es cada vez mayor. Y sería muy cínico que el cine volviera la cara a la realidad que existe. Están sucediendo historias que superan de largo a la ficción. Como es el caso de Ramón Arroyo. Además creo que el público se siente muy identificado con este tipo de películas como Techo y comida.

En 2014, con el éxito de Ocho apellidos vascos, muchos pensaron que el nuevo impulso de nuestro cine sería flor de un día, aunque la taquilla sigue aumentando desde entonces. ¿Se siente un poco «culpable» de este acercamiento entre las cintas españolas y el público?

Bueno, me siento con la suerte de haber podido estar en ese batallón. No como culpable. Simplemente he tenido la suerte de caer en el sitio exacto en el momento correcto. Y a veces pienso que fue porque se alinearon ciertos planetas. Animo a los espectadores que se han reenamorado del cine español a que descubran todas esas películas maravillosas de nuestra historia, que poseen un nivel artístico y argumental espectacular. No creo que ahora se esté haciendo mucho mejor cine que antes. Existen grandes títulos en la historia del cine español. Lo que pasa es que la gente no iba a verlas.