Muchas veces le exigimos al cine latinoamericano que hable de las cosas de las que nosotros, aquí, no queremos o no nos atrevemos, y con la honestidad y verismo que nosotros, aquí, relegamos a la independencia y al documental. Pues bien, la transformación del Festival de Málaga de certamen de cine español a competición de cine en español demostrará que en Iberoamérica no sólo se filman documentales sociopolíticos ni ficciones sobre gente pobre, por si alguien no se había enterado. También se facturan productos comerciales con mayor o menor fortuna; incluso, cosas ramplonas, inanes. Como 'Nieve negra'.

No hay mucho a lo que agarrarse en la película de Martín Hodara, enamorada de su supuesta circunspección y que lo fía todo al enclave en que sucede (la Patagonia: acaba uno harto de cómo sobreutiliza el paisaje como metáfora de los acontecimientos). Bajo la cáscara de su solvencia técnica, encontramos un relato premioso, exasperantemente lento, que repta hacia una vuelta de tuerca que, si bien no en toda su extensión y detalle, cualquiera con ciertos galones en esto de las películas sobre secretos y mentiras familiares anticipaba desde el minuto uno. Parece que no le quedaba otra a Hodara y su guionista que jugar la carta de la sordidez para golpear en el estómago a quien, aburrido de que lo más interesante que hacer ante la pantalla sea ver cómo cae la nieve, ya no le interesa absolutamente nada.

Hasta llegar ahí, mucho de lo que también ocurre en el cine español atenaza 'Nieve negra': historias hinchadas, contadas con cierto aire de importancia pero a base de trucos sonrojantes (por Dios, la manera en la que la mujer de Leonardo Sbaraglia descubre el tinglado: ni a un niño se le ocurre ya eso) y nadería general. Empiezan los créditos finales y surge una canción de seudorock alternativo cantada en inglés (investigo y descubro que se trata una banda argentina llamada Tumba), que nada tiene que ver estilísticamente con lo visto hasta entonces. Eso también es cine latinoamericano.