Además de acudir a Festival con dos largometrajes, Nieve Negra y El otro hermano, Leonardo Sbaraglia recibió ayer el Premio Málaga por su dilatada carrera, en la que destacan cintas como Caballos salvajes, Plata quemada, Intacto Carmen, Luces Rojas o Relatos Salvajes. Su madre, la actriz Roxana Randón -que apareció por sorpresa- y otros compañeros de profesión, como Antonio Hernández, Paco Ramos, Martín Hodara, Gonzalo López Gallego y Daniel Hendler, acompañaron ayer al actor en una gala en la que corrieron las lágrimas y las ganas «de seguir aprendiendo».

Con 46 años, Málaga premia toda su trayectoria. ¿No ha pensado que le han metido en el cajón de los viejos actores demasiado pronto?

Por un lado sí que es raro, pero siempre es bueno que te premien o que te den un mimo cuando estás a la mitad de tu vida. Esperemos vivir muchos años y poder trabajar hasta los noventa como lo hacen grandes actores que uno admira, como Pepe Soriano, China Zorrilla o Federico Luppi. Está muy bien que te reconozcan cuando estás, supuestamente, en plena forma. Por otro lado te preguntas qué hice yo para merecer esto. Además, este premio habla simbólicamente de esa relación y ese vínculo del festival con el cine hablado en español. En ese sentido sí que me siento muy representante y representado por eso.

A partir de ahora será el embajador del Festival de Málaga en su tierra.

Sí, es algo hermoso. Tengo mucho vínculo y relación con España, donde he vivido toda mi etapa adulta.

¿Recuerda el momento en el que se percató de que finalmente podría vivir de la interpretación?

Empecé a trabajar en cine desde muy pequeño, a los quince años. Y después, al poco tiempo comencé en televisión, en una serie que tuvo mucho éxito durante tres años, se titulaba Clave de sol. Y ahí, de alguna manera, comencé a vivir de lo que hacía. Y comencé a ahorrar algo de dinero. Eso fue muy pronto en mi vida. Tuve el lujo que poder vivir de lo que hacía desde muy chico. Y nunca hice otra cosa.

¿No le llegó a picar la incertidumbre del actor?

Cuando empecé a trabajar, tuve una conversación con mis padres. Mi mamá es actriz y siempre le ha costado mucho vivir de esta profesión, por lo que conozco muy de cerca esto de lo que hablamos. Sé que hay un 90% por ciento de incertidumbre en esta profesión, por eso estoy tan agradecido. Por eso, a medida que uno va creciendo, al contrario de creerte nada vas aprendiendo a creerte cada vez menos. Y por eso admiras y aprendes cada vez más de tus compañeros.

¿Qué echa en falta de la manera de trabaja en Argentina cuando rueda en España?

Son maneras distintas de trabajar. Sin ponerlo mejor ni peor, en España se concibe el trabajo de manera distinta. El director es el que lleva la batuta, hablo de genios como Buñuel, Saura, Almodóvar, que son tipos que llevan al actor a un código muy personal y que quieren imprimir en el actor lo que ellos han imaginado. Ese vínculo que establecen los directores con sus actores es muy característico del cine español. Y en Argentina, por el contrario, hay una capacidad de trabajar mucho más en equipo. Y se van encontrando los resultados a través de la experimentación del equipo y un trabajo más horizontal en su dinámica. Y de las dos cosas se aprende.

¿Y qué agradece que se dé en ambos países?

Lo que uno siempre agradece es tener un buen director que no le tire a la pileta sino que te pida cosas muy difíciles y te exija mucho, incluso hasta el punto de pensar que no puedes hacerlo, pero que hace que tu trabajo mejore. Y eso de da en los dos países.

¿Sufrió por su acento cuando supo que venía a trabajar a España?

Sí, fue muy duro. Ahora eso es algo que ya se está perdiendo. Hay personajes que son españoles, como cuando hice Intacto o Carmen. Y en ese sentido pues no podía mantener mi acento. Pero cuando puedes, es cierto que te sientes más libre. Y creo que hay que apostar y tratar de defender la identidad expresiva propia.

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Alfombra roja y gala del Premio Málaga

¿Hollywood es una meta?

En ese sentido sí que ya creo que estoy mayor. Ese paso que pude haber dado para ir a Hollywood o Francia o Noruega lo hice para venir a España. La fuerza y la convicción de continuar o expandir mi carrera hacia otros lugares del mundo las usé en España. Ahora ya no tengo treinta años. Además, en Estados Unidos te aconsejan que no dejes lo que estás haciendo. Ellos conocen tu carrera, la festejan y la valoran, pero no te estimulan para que lo dejes.

Porque no prometen nada.

Claro. No vas a dejar ese valor que tienes para ir a un lugar en el que no sabes el qué ni el cuándo. Sobre todo con la gran competitividad que hay allí. Todos los actores del mundo, o un gran porcentaje de ellos, quieren acabar trabajando en Hollywood. El cine y las series americanas o inglesas son de lo más valorado del mundo. Y claro que hay algo ahí que te llama. Pero también, si has logrado formar parte de nuestra cultura hispanoamericana, creo que hay que seguir defendiendo eso porque es lo que más te representa.

¿No cree que la ficción en televisión ha superado a la del cine?

Si ves series americanas o inglesas, te vuelves loco. Lo que se hace es una maravilla. Las últimas que he visto son Breaking Bad, Mad Men, House of Cards... y son cosas maravillosas. No sé si hay tantas películas que te produzcan lo que te producen las series hoy día. Y han llegado a tener ese gran nivel de calidad.

¿No se están acorralando así a las proyecciones en las salas?

Creo que hay que asumir que la plataforma del cine está cambiando. Y te lo dice un tipo al que le encanta ir al cine y ver películas en una pantalla gigante. Que ofrece un viaje. Pero creo que hay algo a lo que nos está llevando las nuevas tecnologías y las plataformas digitales que está cambiando todo. Cunado nació el cine se decía que iba a acabar con el teatro. Pero el teatro sigue. Y de forma maravillosa. Creo que el cine nos ofrece un lugar de encuentro que no ofrece ver una película en tu casa.

Teniendo una madre actriz, seguro que fue ella la que le ofreció el mejor consejo de todos para su profesión.

Más que un consejo puntual, mi madre me contagió la pasión y la entrega. Me enseñó la posibilidad del juego de la imaginación y la magia. Tenía 11 ó 12 años y después de ver El padrino le dije que quería ser como Al Pacino. Y ella, en lugar de decirme que no, que era un actor americano y que nunca iba a poder acceder a eso, me dijo que adelante. Y después, me enseñó la fuerza del trabajo. El no creer que ningún personaje, por pequeño que sea, deja de ser importante.