Pocas cosas tan incómodas como que un gag sea previsible y repetitivo. Me casé con un boludo es un catálogo de lugares comunes del humor, apoyado en esa materia digna de estudio por las mejores universidades que es la pareja, si bien la idea filosófica que origina toda la trama es interesante, ¿qué parte de nuestras relaciones conyugales no son una teatralización, componen un personaje de nosotros mismos? Si es que no somos todos un personaje, único.

La película que ayer trajo a Málaga el argentino Juan Taratuto cosechó carcajadas porque a fin de cuentas es lo que busca claramente, aunque recurre a un desarrollo alejado de cualquier complejidad.

¿Qué pasaría si te casaras con alguien simplemente porque te crees su personaje, no quien es en realidad? Así es la historia que da pie al enamoramiento y enlace en la ficción de dos actores, uno ella (Valeria Bertucelli), actriz en ascenso con facultades escasas y otro él (Adrián Suar), actor de cierta celebridad pero al que no le hace falta nada para echarse flores y autoadjudicarse una biografía de estrella de Hollywood que no es. Esto en un argentino es ya como un ejercicio de comedia intuido para un español.

Luego ambos jugarán a una especie de teatro dentro del teatro que tiene su gracia un rato pero no más allá. Se convertirán en actuantes de una especie de reality que ahora también triunfa en la televisión española que es Casarse a primera vista. A fin de cuentas, la peli de Taratuto se agarra a lo fascinada que está esta sociedad de hoy por la fama y el ego, también es un Lalaland a su manera.

La producción, que ha sido un éxito taquillero y figura como la que se estrenó en más salas de Argentina en 2016, tiene una concatenación de momentos absurdos con desigual resultado. Si bien a ambos protagonistas no podría quitársele mérito en la asunción de sus papeles establecidos, el guión discurre por una celebración de esas escenas de no acoplamiento de las parejas que bien parecían recuperadas de la casposa serie ibérica Escenas de matrimonio.

A ella se le atraviesa el engolamiento y lo presuntuoso que es él (obvio) y a él ella le parece por debajo de sus pretensiones pero válida para tragarse sus delirios de grandeza y hacerle la cohorte en fiestas y saraos. Luego ambos papeles irán transformándose a medida que esa especie de matrimonio farsa va evolucionando y ella y él se van dando cuenta de que no necesitan escenificar un amor ficticio. Habrá una crisis y un final que no voy a desvelarles porque a fin de cuentas no hay película que no merezca un buen cubo de palomitas y unas cuantas risas.

La realización está bien ejecutada y reúne escenarios que se acoplan perfectamente a la parodia que ambos escenifican. Para él es la gran mansión y para ella la casa compartida a la que se llega por un camino de barro y tiene un patio con gallinas. Los dos pelearán por limar asperezas y en esas será un buen momento para ver los esperados chistes de las mujeres y los esperados chistes de lo masculino.

En resumen, Me casé con un boludo reúne los ingredientes para echar un rato de cine con la familia y poco más.