Tras días peleando con 'Elle', de Paul Verhoeven, descubrí, de repente, que me había gustado y, sobre todo, por qué: se trata de un filme que subvierte una de las grandes convenciones del cine por ser antiempático y antigratificante. De ahí que muchos espectadores se sintieran frustrados o molestos al contemplar a aquella mujer que, inmediatamente después de sufrir una brutal violación en su propia casa, decide recoger los cristales rotos y barrer el estropicio creado. La protagonista de 'Brava', también una mujer aparentemente fuerte y exitosa como la incorporada por Isabelle Huppert que se convierte en víctima y testigo de dos asaltos en el metro, resulta mucho más fácil de entender porque la película pretende algo mucho más limpio (y aburrido) que la investigación de la ambigüedad psicológica que propone Verhoeven: el episodio violento sufrido por Janine es el gatillo para disparar una flácida perorata sobre la indolencia y la parálisis emocional en la que estamos atrapados en la sociedad del siglo XXI.

De ahí la conclusión del relato, la contraria a la de 'Elle': gratificante, de mensaje, de autorreconciliación con uno mismo. Curioso que para retratar las secuelas emocionales y sentimentales que nos deja la confortable (para algunos) vida urbana de hoy en día el filme emplee sus mismas tácticas de recompensa.

En realidad, no habría ningún problema en que 'Brava' se decante por la tesis moral si Roser Aguilar, directora y coguionista, no empleara un tono alejado y destemplado, cansino, y su protagonista no cayera en un marasmo que (y eso provoca involuntariamente una notable incomodidad en el espectador) puede resultar hasta irritante.