En uno de los alardes que me permito de tanto en tanto, comparto con ustedes mi clasificación de biopics; a mi modesto entender, hay dos tipos de ellos: los expositivos, llevar a la pantalla una versión compactada y esquematizada de la existencia del retratado (o sea, como hacer una película a partir de poco más que de una entrada de la Wikipedia), y los inmersivos, que indagan y tantean libremente en la vida y obra del personaje, evitando el esquematismo del recorte de prensa en pos del ensayo. 'Gilda. No me arrepiento de este amor', sobre la vida, obra y prematura muerte de la diosa argentina de la cumba Míriam Alejandra Bianchi, pertenece claramente al primer escalafón. Sin embargo, a pesar de su absoluto convencionalismo, de la falta de fluidez en el relato y la preponderancia del personaje sobre la persona, el visionado resulta de lo más placentero.

Y aquí pongo las cartas sobre la mesa: me apasiona la cumbia villera, la música que verdaderamente (no Calamaro y Soda Stéreo, más cercanos a las clases medias hacia arriba pero con los que nosotros aquí, en Occidente, identificamos casi de forma única a la música argentina) palpita en el corazón más popular del país latinoamericano. En este sentido, como puerta de entrada a un género (¡qué repertorio!) y una escena fascinantes (repleta de delincuencia, devoción casi mariana por sus ídolos y recitales más sudados que los de metal), 'No me arrepiento de este amor' funciona a las mil maravillas.

Pero seamos justos con la realizadora Lorena Muñoz, que atesora unos cuantos méritos a lo largo de su filme; sobre todo, el no haber caído en la tentación de retratar al personaje (Gilda) evitando a la persona (Myriam Alejandra) y conferir a todo su relato un tono crepuscular, melancólico, acorde con la vida de esta singular y, de alguna manera, misteriosa mujer. Redondea la cosa la estupenda interpretación de la también cantante Natalia Oreiro, un recital de delicadeza, magnetismo y carisma. Quizás las tres palabras que mejor condensen a Gilda.