El nuevo modelo que estrena este año el Festival de Málaga, abierto a todo el cine iberoamericano, no se limita sólo al cine en español y da cabida también a producciones brasileñas como Redemoinho (Remolino), de Jose Luiz Villamarim, presentada ayer en la sección oficial de largometrajes a concurso.

En la película, Luzimar y Gildo, que crecieron juntos en un pequeño pueblo del interior de Brasil, se reencuentran después de mucho tiempo, rememoran el pasado y confrontan los caminos que ambos tomaron en la vida, uno permaneciendo en ese lugar y el otro marchándose a una gran ciudad.

Villamarim decidió llevar a la pantalla una novela de Luiz Ruffato porque le interesó esta relación entre dos amigos en la que «el que se quedó siempre piensa que el que se fue está mejor».

También le atrajo la posibilidad de darle el protagonismo «a la clase obrera, que la literatura y el cine brasileños no tratan mucho», y sus personajes son «como millones de brasileños que no suelen aparecer en el cine». «Me interesan más las relaciones humanas y los dramas personales que la lucha de clases», explicó Villarim, que formalmente apostó por la «simplicidad» en una película rodada «con muy pocos planos».

En la historia juega un papel importante la ciudad, Cataguases, en el estado de Minas Gerais, con un tren que la atraviesa por la mitad y que pasa «casi por dentro de las casas». Ese sonido potente del tren que recorre varias veces al día la ciudad y también el de las máquinas de la fábrica textil donde trabajan varios de los personajes se convierten en la banda sonora de la película; de ahí, que Villamarim decidiera no añadirle música.

Otros aspectos que el director ha querido incluir en este retrato realista son el de la violencia sexual, «porque en Brasil hay una media de once estupros cada hora», y el machismo que prima en la sociedad de su país.

«Gilda»

Completó la jornada de la Sección Oficial Gilda, no me arrepiento de este amor, sobre un mito de la canción popular en Argentina que murió en 1996 en un accidente de tráfico cuando era considerada casi una santa por sus seguidores.

Para la directora, suponía «una enorme responsabilidad moral» enfrentarse a la historia de este personaje real, que en la pantalla es interpretado por Natalia Oreiro. También debía responder a la confianza depositada por el hijo de Gilda, que aceptó cederle los derechos tras más de veinte años de intentos de varias productoras para rodar la vida de la artista.

Muñoz procede del documental y por ello considera que la investigación es «lo más importante» en cualquier proyecto cinematográfico, algo que aplicó también en esta película para ser «lo más rigurosa posible y lo más fiel a la época y la realidad de la historia». Muñoz habló con amigas de la infancia y de la adolescencia de Gilda, con sus músicos y también con su exmarido, por lo que «la reconstrucción de esta persona que está ausente fue muy intensa» y durante el rodaje se sentían «muy conmovidos».

Por su parte, Natalia Oreiro hizo un trabajo previo con una entrenadora de baile y con especialistas «para colocar su voz en un registro vocal que fuese parecido», según la directora, que ha resaltado la dimensión casi de santa que alcanzó Gilda entre sus admiradores: «Ella era como una predicadora amorosa, y antes de cada canción le daba un mensaje al público, con un discurso casi político. Hablaba a quien no tenía trabajo o pareja, y eso le acercó mucho a lo espiritual», argumentó. Todo ello llevó a que, tras un concierto, una espectadora le pidiera que le impusiera las manos para curarle de una diabetes, escena que ha sido incluida en la película al haber sido relatada por la propia Gilda en una entrevista. «No queríamos que ella se autoproclamase santa, queríamos colocarlo en la gente. Ella dice que no es ninguna curandera, y que los que pueden curar son los médicos», indicó la realizadora del filme.