Termina 'Sergio y Serguèi' (primeros aplausos abiertos durante el pase de prensa con público) y uno ya empieza a echar de menos a sus protagonistas, y también ese terraza donde transcurren confesiones, sueños, chanchullos y la vida en general. Tiene la película de Ernesto Daranas la cualidad de lo contagioso, lo empático y lo humano a pequeña gran escala, y un sabio concepto como punto de partida: sólo la camaradería (partiendo del origen político, bolchevique, de la palabra, para trascenderlo) nos reconcilia con nosotros mismos y el mundo que nos rodea, aunque éste se encuentre en pleno derrumbe. Explicada así, en pocas palabras, la cosa parece pueril, y quizás lo sea, pero la elocuencia, sencillez y humanidad sin ternurismos con que Daranas nos cuenta lo que le mueve hace que a nosotros nos mueva también.

Tiene un algo sentimental, precioso, el mundo de los radioaficionados en el cine. No es una gran película pero suelo acordarme a menudo de 'Frequency', aquella cinta en la que un hijo en plena crisis personal habla con su padre (fallecido) pero 30 años en el pasado gracias a uno de estos aparatejos. Sergio y Serguéi son, de igual manera, hombres del pasado en el año 1984 en que transcurre la acción del filme: el primero, un filósofo marxista que observa descorazonado cómo los preceptos de la Revolución caen sin remisión; el segundo, un cosmonauta que cuando deje de dar vueltas en el espacio regresará ya no a la URSS sino a Rusia. La radioafición les pone en contacto, y se inician ahí las conversaciones (lástima que no haya más: son bonitos intercambios los que tienen) entre un hombre que vive con los pies lejos de la tierra y otro que, directamente, los tiene en un artefacto en el espacio. Se habla en el filme de temas importantes (la utopía y sus secuelas, el individuo frente al sistema), grandes pero sin usar las mayúsculas y siempre, siempre con una sonrisa cómplice. De ahí que 'Sergio y Serguéi' dialogue fluidamente con el espectador, haciéndose entender e importar, que no es poco en estos tiempos.

Pero, ojo, no caigamos en la tentación de hablar de 'joyita', esa palabra que año tras año parece reservada para las películas pequeñas, incluidas de tapadillo en la parrilla del festival. La película tiene debilidades por las que pierde bastantes enteros, principalmente ese omnipresente villano de la Stasi cubana que parece un malo de 'Rocky & Bullwinkle' y que protagoniza unos forzados momentos de realismo mágico torpes y facilones. Quizás, al final, me ocurra como con 'Frequency': me frustró en su momento mucho su tramo final, pero hoy ya lo tengo olvidado (y perdonado) y me quedo con el recuerdo agradable de aquel hijo fracasado charlando con su protector padre del pasado. Ahora a esa memoria añadiré al filósofo marxista cubano conversando con el cosmonauta ruso en plena órbita.