La boda de la duquesa de Alba, el pasado 5 de octubre, con un funcionario 24 años más joven se anunciaba como el penúltimo taconazo de la aristócrata que se pone el mundo por montera. Cayetana acaba de dar otro: sus memorias. En su autobiografía - realizada con la colaboración de Ana Cañil pero firmada en primera persona - la atípica noble no se corta un pelo.

«Soy Cayetana, Cayetana de Alba. Tengo otra media docena de nombres y unos cuantos títulos. A menudo se ha escrito que poseo más que ningún otro noble en el mundo. Tal vez, puede ser. En todo caso, que escriban lo que quieran. ¡Se han dicho tantas cosas sobre mí! Unas pocas, verdaderas; otras muchas, falsas y bastantes, simplemente bobadas». Así empieza Yo, Cayetana (Espasa) que, siguiendo los deseos de su protagonista, salió ayer a la venta.

Empieza por su nacimiento - ese día en el Palacio de Liria estaban Gregorio Marañón, Ortega y Gasset y Pérez de Ayala— y acaba con un capítulo dedicado a su ya marido, Alfonso Díez: «Hoy tengo el corazón repleto y ocupado por un hombre estupendo». Allí cuenta que perdieron treinta años. El tiempo que hace que se conocieron en la tienda de antigüedades de la familia de él y que Alfonso ha pasado enamorado de ella, según su versión. En aquel momento había otra mujer en su vida - una leona, una fiera, en palabras de la duquesa - pero durante todos esos años el nuevo duque de Alba consorte «me escribía».

No oculta Cayetana la oposición de sus hijos ni la preocupación de la Casa Real. En el libro desvela que la reina Sofía la citó «para sondearme». Con delicadeza, añade. Y que él se presentó con un abogado ante los hijos dispuesto a renunciar a todo. Admite que Cayetano y Eugenia son sus favoritos, que algunos, como Jacobo, siempre fueron por libre. Y recuerda que todos se han divorciado mientras ella no. «Mis hijos me han salido complicados», dice y, aunque confiesa quererlos,«he sido mejor esposa que madre».

Admite que el torero Pepe Luis Vázquez fue su primer amor y que su padre se la llevó a Inglaterra para alejarla de él. De ahí su alegría por la boda de su hija Eugenia con Francisco Rivera - «mi yerno favorito» -. Pero niega otras habladurías, hasta la de que su antepasada fue amante de Goya: que con su primer marido, Luis Martínez de Irujo, se casó enamorada; con Jesús Aguirre, el segundo, «hacíamos el amor todas las noches» y que no tuvo ni relación ni un hijo con Antonio, el Bailarín, como dijo él, porque era «de la acera de enfrente». Hubo más affaires, y no lo niega. Al contrario. Siempre fue, dice, una «matacorazones» y «no ha habido un solo hombre de los que me han interesado que se me haya resistido».

En el libro, al explicar que prefiere Sevilla a Madrid, pone Valencia y Oviedo como ejemplos de «ciudades que han arreglado maravillosamente» en contraste con los rascacielos y la capital de España y la propia ciudad hispalense que «se está estropenado mucho». Aunque no quiere ni oír hablar de la muerte, en estas memorias deja su última voluntad: no quiere ser enterrada en el panteón de Loeches donde descansan todos los duques de Alba; prefiere ser incinerada y que sus cenizas reposen a los pies del Cristo de los Gitanos, al que tiene gran devoción, en Sevilla. Hasta el final, rompiendo moldes.