El abono de La Malagueta se iniciaba ayer con una novillada con siete actuantes. Todo un muestrario de jóvenes valores que se medían ante un serio encierro de la ganadería de Fernando Peña que, en líneas generales, puso en complicaciones a los espadas.

Por orden de antigüedad, primero le correspondía actuar a tres de las figuras de la novillería, los que están más toreados y en los que más esperanzas hay depositadas. Luego llegarían los más noveles, dos de ellos debutantes y otros tantos que se presentaban en un coso de primera categoría con escaso bagaje a sus espaldas.

Entre todos, el premio fue para la raza. La que puso el novillero de Benamocarra José Antonio Lavado. Esa es su gran virtud, la que ha demostrado desde niño en la Escuela Taurina de Málaga, cuando tenía que ir desde su pueblo a Vélez en bicicleta para coger un autobús hasta nuestra capital. Y cuando la situación la requería, tiró de lo más profundo de su ser para enrabietarse y levantar el vuelo de una faena marcada por los incómodos cabeceos del burel. Decidido, le plantó la muleta para intentar dar pases de trazo largo; y terminó sin engaños, plantado delante de los dos pitones con la chaquetilla abierta. Era su verdad, la de estar dispuesto a todo para conseguir el sueño que nació en el campo de la Axarquía. Se tiró con arrojo a matar para lograr una estocada corta de efecto fulminante que resultó decisiva para que los tendidos se poblaran de trofeos y se paseara la primera oreja del serial.

A otro de los más nuevos también se le pidió un apéndice, aunque el premio habría sido excesivo y todo quedó en una vuelta al ruedo. Se trataba del sevillano Jesús Álvarez que cobraba el premio obtenido el pasado año como triunfador del certamen andaluz de novilladas sin picadores. Por primera vez actuaba con los del castoreño, y se encontró un oponente que despertó esperanzas de inicio al repetir con transmisión, pero que quedó en un espejismo al pararse a las primeras de cambio acusando su falta de fuerza y casta. No obstante, en la corta distancia se sintió sorprendentemente cómodo, pasándose las puntas repetidamente por la espalda con pases cambiados y concluyendo con las siempre socorridas manoletinas. Un pinchazo hondo desprendido precedió a una estocada contundente.

Enfermería

Al ganador de otro certamen, el Internacional de La Malagueta del pasado año, le tocó vivir la otra cara de la fiesta. Si el año pasado salía a hombros por la Puerta Grande, esta vez salió por la de la enfermería tras ser corneado en el muslo derecho por el novillo más complicado de la tarde. Mirón desde que salió, puso en múltiples apuros al torero rondeño que sin embargo quiso demostrar sus ganas de abrirse un hueco en esta profesión y terminó pagándolo con sangre. Tuvo que terminar con la vida del novillo Ginés Marín como director de lidia.

Precisamente en este extremeño había depositadas muchas ilusiones después de estar cuajado en carteles de postín esta campaña, y con un corte de torero más que interesante. A él le correspondía caldear el ambiente con el único cartucho con el que cada uno contaba. Por eso no dudó en plantarse de rodillas y recibirlo con una larga cambiada, continuar toreando a la verónica y cerrar con una media, también rodilla en tierra. Prosiguió ya con la muleta por estatuarios, mostrándose lo que sería una de las señas de su trasteo, la falta de limpieza. Cierto es que el animal era protestón, pero con el paso del tiempo se demostró que era uno de los más potables del encierro. Marín no le cogió el aire a sus embestidas, y en las pocas series limpias se pudo atisbar la esencia de su toreo. Meritorio fue el final plantando las zapatillas en tierra para pasárselo por los dos pitones.

Pimienta

Más fría fue la actuación del castellonense Varea con un novillo sosote. El problema es que él no puso la pimienta que faltaba. Comenzó el trasteo por bajo queriendo planchar la muleta para llevárselo atrás; aunque pronto optó por llevárselo a tablas y el resultado final fue un aburrimiento absoluto. Mucho oficio, mucha técnica, y muy poca alma€

Tenía Joaquín Galdós que acaparar entonces la atención de un tendido frío. Los aficionados que llenaban en media entrada los tendidos del coso no parecían entusiasmados con lo que estaban presenciando, y el peruano formado taurinamente en nuestra capital quiso sorprender con lances a la verónica de rodillas. En el segundo de ellos fue cogido de forma fea, recibiendo una cornada en el escroto de la que no sería atendido hasta después de pasaportar al de Peña. Se descompuso la lidia al derribar al picador, y se vivieron tandas emocionantes al inicio de faena cuando con decisión plantó la muleta por el peligroso pitón derecho. Por el izquierdo, de uno en uno, se tragaba mejor los muletazos, y por ahí desarrolló su obra Galdós, con tandas de naturales rematadas con remates vistosos como un afarolado. Lástima que se le atragantara la espada y escuchara dos avisos antes de entrar entre palmas por su propio pie a la enfermería.

Leo Valadez, por su parte, está acusando un parón en su carrera tras haber debutado con picadores en las pasadas Fallas de Valencia. El que fuera niño prodigio azteca, aún muy jovencito, está contando con pocas oportunidades, y esta que le brindaba la Fusión Internacional por la Tauromaquia no podía pasar de largo. Banderilleó con solvencia, siendo el más meritorio el tercero por los adentros, y quiso brindar la muerte del que le había correspondía en suerte al matador malagueño Fernando Rey, con quien compartió formación años atrás. Ratificó que es un torero valiente, con decisión, aunque el conjunto resultó excesivamente intermitente y quedó interrumpido por diversos enganchones. Por si fuera poco, el astado desarrolló peligro al rajarse; lo que dio más enjundia a las ajustadas manoletinas finales que no fueron suficientes.

Minutos antes de las diez de la noche, hora ya poco taurina, se daba por concluido un festejo en el que dos malagueños, uno de Benamocarra y otro de Ronda, vivieron las dos caras del toreo.

@danielherrerach