­Por las calles se unían los que terminaban después de una jornada de sol llena de Cartojal con las familias con niños que llegaban para disfrutar de los cacharritos. El calor del día dejaba paso a la brisa de la noche. Tras una ducha refrescante, una breve siesta y una cena reconfortante, muchos jóvenes se muestran dispuestos a seguir disfrutando de la fiesta en el Real.

La placentera tarde que disfrutan muchos de los allí presentes bailando flamenco llega a su fin con la avalancha de adolescentes que, con el pack completo de útiles para el botellón, invaden la explanada cercana a la puerta que representa el edificio de la Autoridad Portuaria. Aunque no es botellón, sólo es gente que bebe en la calle, según dicen por ahí. Pero la transición es ordenada. Cada uno sabe el lugar que tiene que ocupar, parece un cambio de turno de la Guardia Real británica.

Hay de todo. Desde los jóvenes que llegan al recinto ferial con ilusión de que sea una noche inolvidable hasta foráneos que visitan por primera vez Málaga en Feria. Es el caso de Laura y Gorden, de Vitoria y Alemania respectivamente; llegan de Austria para «disfrutar de ella como si fuéramos malagueños».

Los padres con niños también se muestran expectantes a que los benjamines de la familia decidan poner fin a la tregua de pesadez para intentar volver a montar, una vez más, en esas atracciones que, aún con música de tómbola, les suena como un canto angelical que les atrae inevitablemente.

Ver Málaga desde lo alto de la noria, por ejemplo, puede costar, además de un pico en el bolsillo, un cuarto de hora del tiempo destinado a dar vueltas por estas calles a la izquierda de la portada principal del Hotel Miramar. «Pero tenemos que disfrutar de la Feria, que es sólo una semana», como afirma Miguel Valadez todavía en la portada sin haber pisado el Real.

En algunas casetas todavía no se sabía bien si se iba o se venía. Los restos de la paella y los platos de jamón se unían con los vasos de litro con sus múltiples combinaciones.

La caseta Takatá era uno de los espacios que, dentro de los tradicionales, mostraban más alegría y movimiento. Se fundían canciones más atrevidas y modernas con el flamenco clásico y otras más pegadizas.

Como es habitual, las que más adeptos tienen -más allá de las de locales de moda que trasladan estos días su negocio al Cortijo de Torres- son las de los sindicatos de trabajadores y la de los trabajadores de Telefónica. Pero en toda caseta que se precie hay músicos. Y Maria Arias fue guitarra en mano la primera noche al Real acompañando a uno. «Los músicos tienen que aprovechar estos días de Feria, que esperemos que sea tranquilos y todos podamos disfrutar», asegura.

Y como de jóvenes va mucho la Feria, junto a Miguel Valadez está su amiga Layla Diouri. Los dos esperan poder disfrutar con sus amigos y que la presente edición «sea tranquila». Uno de los objetivos de Valadez: «Subirme, aunque me cueste mucho dinero, en alguna de las atracciones de las que más susto dan».

Y ya cuando la madrugada sí hacía acto de presencia, el espectáculo se trasladó al Auditorio Municipal. Primero un especial de bailes malagueños de la academia de Elena Romero. Esta exhibición fue el preludio de la actuación del monologuista malagueño Álvaro Carrero y del colofón final, Rosario Flores. Rosario encontró en el público un arropo que la hizo ir in crescendo. La artista quiso recordar a su hermano Antonio al cantar No dudaría, aunque también cantó, cómo no, temas de su último disco, Rosario.