Las musas de Picasso no quisieron perderse la corrida de ayer, en la que Alejandro Talavante se enfrentaba en solitario a seis toros de otras tantas ganaderías. El artista francés Loren había preparado el acontecimiento, transformando un año más el coso de La Malagueta en honor al genial pintor que en este espacio se enamoró de niño del arte de la Tauromaquia.

Colorido pero sin estridencias, la figura femenina, tan importante en la obra del de la Plaza de la Merced, adquiría protagonismo en burladeros y barreras. Bellos rostros que bien pudieran haber inspirado al malagueño universal se repartían por toda la plaza fijando su mirada en el diestro extremeño.

Toda la atención se fijaba en él, con el coso lleno en una jornada festiva para la capital. Sin duda, se trataba de una tarde de responsabilidad, pero también propicia para un triunfo con amplia repercusión. Así, había que cuidar todos los detalles, y en estos casos la vestimenta suele ser uno de los secretos mejor guardados. Se descubría nada más iniciarse el paseíllo, cuando Talavante daba el paso al frente con un traje clásico en azul y oro. Clásico en lo picassiano, ya que empleó uno de los diseños que en su día se realizara para el maestro Luis Miguel Dominguín, estrechamente vinculado al genio.

El clasicismo sería una de las metas a lograr, pero en una encerrona también es precisa la variedad, que también la tiene este torero que, desde la salida, recibió el respaldo de la afición con una sonora ovación. Pero para hacer realidad sueños y objetivos, era preciso que la selección ganadera que se había realizado previamente diera sus frutos.

Ya hubo problemas en los corrales, siendo desechados dos de los hierros presentados, concretamente el de Adolfo Martín, el que se suponía que era el gesto torista de la tarde, y el de Antonio Bañuelos. En su sitio se incorporaban dos ejemplares de La Quinta y Fuente Ymbro. Precisamente era el de este último hierro el que se encargaba de abrir plaza, un toro abrochadito de sienes que vendría a marcar una presentación desigual en su conjunto, algo lógico con tantas ganaderías diferentes, pero ninguno sin exageraciones. No hizo buenas cosas de salida este manso, que ya en el recibo capotero se le colaba por el pitón izquierdo. Después, en un quite por gaoneras casi se lleva por delante al torero, y en banderillas esperó y echó la cara arriba a los subalternos. Con estas, llegaba a la muleta sin fuerza, muy parado y dando constantes puntacitos al engaño que le mostraba el matador. Como no quería pelea, Talavante se metió entre los pitones del burel en una actuación en la que si bien es cierto que mostró ganas y exposición, le faltó emoción y se prolongó innecesariamente.

El segundo de Victoriano del Río tampoco subió el nivel. Al menos se desplazó para poder lancearlo a la verónica, aunque siempre fue suelto y sin codicia. Quiso brindar un quite por delantales que tampoco tuvo suficiente enjundia, y llegó huidizo al último tercio. Al menos tenía la virtud de la codicia, y el matador se percató de que era fundamental no mostrarle nunca la salida. Cuando así lo conseguía, el astado repetía y así pareció levantar el vuelo la tarde con tandas ligadas en redondo en los medios. Pero la falta de casta siempre se hizo presente, y la labor fue a menos irremediablemente en medio de demasiados enganchones. Tras una estocada y un descabello ondearon algunos pañuelos en una petición claramente minoritaria.

Debacle ganadera

Y la debacle ganadera tomaba fuerza en el tercero, un jabonero corniveleto de Juan Pedro Domecq que volvía a los corrales por su falta evidente de vuelta. Les aviso, no fue el último. Salió otro de Jandilla más que discreto de presentación, y que también fue deslucido al embestir andando, sin ansia alguna de coger los engaños. La cosa empezaba a ser preocupante, y el matador ya no estaba dispuesto a darse la coba que se dio en el primero. Nos acercábamos al ecuador con unas sensaciones de lo más negativas. Son riesgos que tienen las encerronas, en las que el factor anímico es fundamental.

Muchas cosas debieron pasar por la cabeza de Alejandro Talavante antes de lidiar al cuarto.

Probablemente pasaría que la mala suerte se cebaba con él, ya que salió uno de Daniel Ruiz que hizo buenas cosas con el capote y por fin le permitió lucir a la verónica y con chicuelinas. Pero en una costalada se partió un pitón y fue devuelto por un inválido de Lagunajanda que siguió el mismo camino a los corrales. Corrió turno y apostó por uno de Garcigrande con el que arreó con el capote demostrando su variedad con galleos llevándolo al caballo y realizando un quite con el serpentín a pesar de que el animal no era un dechado de virtudes. Pero era la hora de tirar la moneda al aire y le salió cara. También pudo ser de cruz, porque en el inicio de faena de rodillas le avisó en hasta dos ocasiones. En ese instante crucial no se podía dar un paso atrás, y así llegó la primera tanda en redondo rotunda. Muy erguido, se lo llevó a los medios mientras sonaba la ópera Carmen de Bizet.

Inspiración

Por fin llegaron las musas en una faena inspirada en una labor en la que consiguió interactuar con un público entregado y que enloqueció con una excepcional tanda de derechazos con las dos rodillas en tierra. Dos orejas tras una estocada recibiendo consiguieron cambiar el serio semblante del torero que, por primera vez esbozaba una sonrisa.

Media puerta grande estaba abierta, pero para conseguir atravesarla hacían falta cuatro trofeos. Fue a por ellos en el quinto de La Quinta, valga la redundancia. El santacoloma era el único que se salía del monoencaste Domecq, y con él dio un recital en banderillas el malagueño Juan José Trujillo, que se vio obligado a saludar. El burel se desplazaba, pero sin codicia alguna. Muy sosito y huidizo, el de Badajoz tiró de temple en una faena vistosa pero a la que le faltó rotundidad.

No fue de cante hondo, por mucho que un aficionado se arrancara desde el tendido, pero sí que daba esperanzas para afrontar el último que quedaba por salir.

Toda la responsabilidad recaía en el que quedaba en los corrales de Torreherberos, que salió parado de salida y con el que quiso caldear el ambiente Raúl Ramírez ´El Peque´ con la recuperación del salto de la garrocha. Sincero fue el brindis al público, que estaba dispuesto a empujar para el triunfo, pero el que tenía que hacerlo era el toro. No terminó de emplearse, ya que no tenía fuerza. Cada vez que le bajaba la mano se caía, y no se permitía la profundidad deseada. Lo intentó Talavante hasta el final, pero la tarde se apagaba sin poder estar a gusto. Faltaron musas, y sobre todo toros.

@danielherrerach