A nadie le gustan las corridas mixtas. O eso parece. Los amantes del toreo a pie no ven con buenos ojos que un rejoneador se anuncie con dos toreros a pie, y viceversa. No obstante, a la hora de la verdad, la excelente entrada que ayer presentaba los tendidos de La Malagueta viene a desmentir esta afirmación.

¿Quién era ayer mayoría, los seguidores de Ventura o los que iban a ver a El Juli y Perera? Parece complicado responder a esta pregunta, ya que todos parecieron encantados por momentos y siguieron con entusiasmo las actuaciones de unos y otros.

Comenzaremos por el final, por la actuación de dos toreros que tienen en común el poderío de su toreo y el gusto por bajar mucho los engaños a sus oponentes. Hicieron lo que pudieron, aunque en muchos momentos, tuvieron que andar en enfermeros para mantener en pie a unos astados de Victoriano del Río que algunos tuvieron buen fondo de nobleza, pero con el denominador común de la poca fuerza y casta.

Una de las claves por la que toreros como Juli o Perera son figuras es porque tienen el toreo metido en la cabeza, y son capaces de ver cosas inapreciables para el resto de mundanos. Probablemente sería el segundo de ellos el único que apostaba por el tercero de la tarde, un toro muy protestado por flojo. A punto estuvo de ir a los corrales tras recibirlo con el capote a pies juntos, pero el matador se encargó de cuidarlo e hizo pública su confianza en el burel con un brindis al respetable. Le consintió una primera duda metros antes de que le diera un primer pase cambiado por la espalda, e insistió dejándosele venir de lejos. Asombrosamente, repetía con codicia. Le faltaba la fuerza, pero para eso estaba Perera, que poderoso y templado fue dándole su tiempo hasta sacar tandas de derechazos muy templados. Como por el pitón izquierdo se quedaba más corto, regresó a la diestra en una recta final de su faena con el compás muy abierto. Justa fue la oreja, aunque la espada cayó desprendida.

Cuando llegábamos al sexto, la tarde no había terminado de despegar, y parecía quedarse en destellos por parte de los tres actuantes. Fue el toro más serio, sobre todo de pitones, de una corrida desigualmente presentada, y en los primeros tercios echó la cara arriba; poniendo en apuros a los banderilleros. Comenzó Perera su faena doblándole con él para intentar corregirle el defecto y, sorpresa, el toro comenzó a repetir a la franela que le presentaba. Le pudo de inicio a fin en una labor nuevamente poderosa y siempre a más. El cénit llegaba cuando plantó las zapatillas y estuvo más de tres minutos sin moverse y pasando los astifinos pitones a unos milímetros de su cuerpo por lugares donde cualquiera diría que no puede pasar un toro. Era la supremacía absoluta, el poder en estado máximo. Silencio sepulcral cuando se perfilaba para matar. Ahí estaba la clave para la puerta grande. Lástima que cayera baja, por lo que con buen criterio la presidenta se guardó el segundo pañuelo e hizo justicia a un conjunto al que le faltó el colofón. Hubo que aguantar la bronca, pero son gajes del oficio y deben ayudar a formar a la afición sobre la importancia decisiva de la muerte suprema.

Faena

El primero de El Juli, pese a que apenas si fue picado, rodaba nada más doblarse con él en el inicio de faena. Mansito, salía suelto de las series y tuvo la suerte de encontrar en frente a uno de los toreros más inteligentes del escalafón, que entendió que requería que le colocara la muleta a media altura. Se vio que así repetía, y tiempo habría para bajarle la mano. Así fue, se fue al centro del platillo, y poco a poco fue exigiéndole más en una labor técnica impecable que tuvo su fruto con tandas lucidas al natural y pinceladas como molinetes o trincherazos. Pudo haber tocado pelo, pero se disipó la posibilidad tras un pinchazo y una estocada caída.

Pero hay veces que no puede ser, y aunque intentó repetir el guión en su segundo, esta vez no había la más mínima materia prima que escarbar. Pese a que todo lo que había hecho este animal era malo, andando suelto y teniendo que ser picado en el caballo que hacía la puerta, el madrileño sorprendentemente se fue a los medios para brindar. Algo le habría visto, aunque se constató que los maestros a veces también se equivocan. El Juli es humano, y se estrelló contra un mulo con el hierro de su ganadería predilecta, sin clase ninguna, que no cesó de escarbar y que hacía caso omiso de los engaños. Con los aceros certificó que no estaba cómodo. Una vez más, y van muchas, este torero apuntó pero no terminó de entrar en la afición malagueña.

Lo que antes se conocía despectivamente como el número del caballito adquiere un tono serio cuando uno se refiere a uno de los verdaderamente grandes de este arte ecuestre. Diego Ventura es un rejoneador animoso, pero que sabe hacer muy bien las cosas y saber estar muy templado con los toros.

Así lo dejó claro en su primero, un noble burel de Hermanos Sampedro que fue conducido a los lugares que le marcaba el jinete con el costado de los equinos, como si de un capote se tratara. Suavemente fue eligiendo los terrenos para desarrollar una faena que tras un único rejón de castigo se iniciaba con banderillas, entre ellas algunas al violín, a lomos de Nazarí. Haciendo todo muy despacito, continuó con Maño. La lástima fue que el toro cada vez se quedaba más corto. No obstante, le permitió redondear su obra con palos cortos sobre Remate. Fue la fase más populista de su actuación, y también la que más gustó. Un rejón de muerte muy trasero hizo rodar al astado y le permitía pasear el primer trofeo de la tarde.

La faena a su segundo tuvo más de exhibición y menos de toreo. Entre otras cosas porque el de Sampedro fue muy parado y no colaboró con las cabalgaduras. Y eso que salió con pies, en un recibo campero con la garrocha. Luego se emplazó y tuvo que llegarle con Chalana al quiebro y nuevamente con Remata con cortas al violín y la rosa. También tuvo que tirar de recursos como piruetas fuera de la cara del toro para caldear un ambiente que finalmente se enfrió al pinchar repetidamente y tener que poner pie en tierra para descabellar.