La Feria de Málaga cerró ayer a lo grande, con números positivos -más información en las páginas 4 y 5 de este periódico, que dan cuenta del balance de la edición 2015- y eso que solemos llamar un llenazo en el Centro Histórico. Terminó la semana grande, eso sí, con la sensación de que quizás necesite una reconversión en su modelo por la amenaza que se cierne sobre ella: que sea vista, aquí y fuera, como una excusa para el exceso.

Y es que la imagen de un joven totalmente desnudo en la Plaza de la Constitución bailando entre la multitud y las declaraciones de la concejala de Fiestas, Teresa Porras, sobre la falta de civismo de esos chicos «descamisados» y esas chicas «con las bragas en la mano» han puesto la Feria de Málaga por primera vez en el punto de mira de los informativos televisivos nacionales, los mismos que siguen las andanzas de los británicos en Magaluf y reportajean los excesos etílicos -balconing o no mediante- en Mallorca. Así, la que antes se daba a conocer desde el Ayuntamiento como «la gran fiesta del sur de Europa» es ahora percibida desde los medios nacionales como otra parada más en el mapa del turismo de borrachera. Hablamos, por tanto, de algo más que de quejas vecinales por la suciedad y los olores de las calles o tuits de observadores de la ciudad que denuncian lo que consideran irrespetuoso e incívico a través de fotos de basura o comportamientos inadecuados en plena calle.

Políticos como la portavoz socialista en el Ayuntamiento de Málaga, María Gámez, han urgido a que se celebre una mesa de la que salga un nuevo diseño de la fiesta diurna, la urbana, mientras el alcalde, Francisco de la Torre, considera que la imagen proyectada por la Feria es la de «normalidad», «sin incidentes», ni «incivismos», relacionando los elementos más llamativos destacados por algunas cadenas de televisión con lo que suceden en otras grandes convocatorias de ocio como San Fermín. ¿Poner la lupa encima de estos macroeventos festivos siempre ofrece más o menos episodios indecorosos? ¿Hablar de decoro puede llevarnos a terminar exigiendo lo políticamente correcto también a las fiestas planteadas desde lo popular y el esparcimientos sin coartadas?

Poco de eso importaba a los que ayer llenaron el Centro Histórico y el Cortijo de Torres, ajenos tanto a visiones triunfalistas y acomodaticias de la Feria como a las miradas apocalípticas y condenatorias; ellos y ellas estaban dispuestos a apurar a grandes tragos las últimas horas de diversión, ni más ni menos. Así, como empezaron la fiesta la terminaron. Y la interrumpirán hasta que el año que viene la retomen exactamente donde la dejaron.