­Se cumplieron las expectativas. Además, con rotundidad y con una solvencia que, ya en sus primeros recuentos, supera, incluso, las cifras que indicaban las previsiones. La Feria de Málaga, que concluyó el pasado fin de semana, pasará a la historia como una de las mejores en cuanto a rendimiento económico, con un grado de animación, turística y de consumo, que finalmente ha rebasado la estadística de 2015, ya de por sí alta y generosa.

Uno de los sectores más beneficiados han sido, sin duda, el de los hoteles y apartamentos, que ha visto una vez más como las fiestas se alían con el tradicional aumento de la demanda de agosto para acercarse, y durante siete días consecutivos, al lleno. La ocupación, según Francisco Moro, vicepresidente de Aehcos, ha rondado el 92 por ciento, con medio punto de crecimiento respecto al pasado año y unos picos, localizados en los fines de semana, en los que se han usufructuado el 97 por ciento de las camas.

El representante de la patronal cree que con, este balance, se puede hablar, sin duda, de una edición excepcional. Y más si se tiene en cuenta que los resultados parten con el mérito añadido de no haber contado con un estímulo en sus horas finales. Especialmente, en comparación con 2015, cuando la llegada de la Vuelta Ciclista a España -acota Moro- sirvió para despedir la Feria con una traca epilogar de efecto prolongado. Málaga, que, de acuerdo con el Ayuntamiento, ha contabilizado 98.000 pernoctaciones ha vuelto, en muchos casos, a colgar el cartel de completo. Y eso a pesar de disponer de más plazas y más establecimientos que durante el pasado ejercicio. «No es fácil repetir y superar las cifras de 2015. Primero, porque fueron casi inmejorables, pero también porque de un año para otro ha aumentado la oferta. Y no sólo de hoteles, también de viviendas vacacionales», razona.

El éxito turístico se traslada igualmente a los bares y restaurantes, que han vuelto a revelarse en el corazón de las fiestas, con una facturación que, esta vez sí, ha pulverizado la imagen de austeridad y frugalidad que había impuesto la crisis. Los feriantes han consumido más y con menos reparos, dejando atrás las tímidas comandas de ediciones anteriores. José Simón Martínez, portavoz del colectivo Mahos-Amares, habla de una subida de las ventas que en muchos casos supera el 10 por ciento. Y que entronca con el impacto económico -de alrededor de 55 millones de euros- del que presume el Ayuntamiento.

Más allá del debate y de los aspectos cualitativos, los números de las fiestas han cumplido ampliamente con la misión de contribuir a la economía local del mes de agosto, que es uno de los principales alicientes del tejido productivo de Málaga. Las cuentas, en el turismo, salen y reflejan un aumento, en relación a 2015, que en lo que se refiere a las pernoctaciones hoteleras supera el 12 por ciento. Unas cifras incontestables. Y más si se advierte que la edición de 2015, a la que se ha rebasado, fue una de las más significativas de la historia.

Con esta lectura de la Feria y de finales de agosto Málaga, y con ella buena parte de la Costa del Sol, da un nuevo paso adelante hacia el objetivo conjunto de romper el techo de resultados del pasado ejercicio, en el que se superaron los 11 millones de turistas. El crecimiento detectado este curso va acompañado, además, de una reducción de la llamada estacionalidad y una ampliación de la temporada alta, que, de acuerdo con las reservas, se mantendrá vigente, como mínimo, hasta finales del mes de octubre.