Afortunadamente, el escalafón de matadores de toros está viviendo una importante renovación en esta temporada. Ya el pasado año, López Simón abanderó un movimiento al que se ha unido de forma decidida Roca Rey, quien ya trata de tú a tú a las figuras. Otros toreros han querido también incorporarse a ese grupo de elegidos, la mayoría jóvenes, pero otros ya con un bagaje profesional a sus espaldas. Una combinación de ambos elementos se ofrecía al aficionado malagueño en la tarde de ayer, en una corrida que pretendía promocionar ese aire fresco que llega a la fiesta.

El camino no es sencillo, pero lo importante no es llegar al destino fijado muy pronto, sino llegar. A algunos les cuesta sangre, sudor y lágrimas, como ha sido el caso de Paco Ureña; mientras que tampoco se lo pondrán sencillo a Ginés Marín o Joaquín Galdós. Estos tres espadas conformaban el cartel de ayer, quizá una delicatessen en el abono, un menú para un público con gusto exquisito. La simple idea de ver a Ureña fuera de los hierros más duros o de ver a dos de los chavales con más cualidades apenas un par de meses después de su alternativa era, sin duda, una propuesta atrayente.

Nuevamente una buena entrada en los tendidos, por encima de los dos tercios, y todo predispuesto para disfrutar de una gran tarde festiva. Pero ya se sabe, el hombre propone, Dios dispone, y llega el toro? y descompone. Así comenzó el espectáculo, con un burraco del hierro titular de Santiago Domecq que regresaba a los corrales por una invalidez visible desde nada más saltar al ruedo. El sobrero que le sustituía, de la ganadería de El Tajo, no mejoró y de salida ya se mostró flojo y falto de casta. Cuando Ureña cogió la muleta encima se quedaba corto y perdía las manos. Pese a sus intentos, no se cumplieron las expectativas creadas, ya que lo más que se podía lograr era darle medios muletazos. Tan solo una serie estimable no sirvió para subir la nota final, aunque sí para mantener la ilusión por volver a verle torear.

El cuarto también era una birria de toro, pero al menos tenía la virtud de la movilidad, y el diestro de Murcia no estaba dispuesto a dejar pasar la vez. Le plantó la muleta adelantada con su mano derecha, adelantó la pierna contraria y, como mandan los cánones del toreo, surgieron lances de enorme templanza. Así, con suavidad, sin más toreo accesorio, enamoró a la afición malagueña en unas primeras series en redondo de nota. Luego, ciertamente, su labor tuvo altibajos, una veces por motivos achacables al toro y otras al torero; bajando notablemente el animal por el pitón izquierdo. Una vez más, en lo que ha sido una constante en la carrera de este torero, la espada pudo haberle privado del triunfo, aunque finalmente paseó una oreja y, lo que es más importante, entró en la nómina de toreros del gusto de la afición de Málaga, como en otros tiempo lo pudieron ser espadas como El Cid o Salvador Cortés.

Siendo la falta de fuerza una constante de la corrida, el segundo de Marín también fue protestado al caer repetidamente en los primeros tercios. En este caso el presidente optó por mantenerlo en el ruedo, dejando una birria que daba arreones y apretaba por el pitón izquierdo. Cierto es que por el derecho ofrecía embestidas con más nobleza, pero el astado no tenía la calidad mínima para lograr el lucimiento. Con esta, al extremeño no le quedaba otra que acortar las distancias y meterse entre los pitones, pero ni eso tuvo emoción con un toro acobardado. Meritorias fueron las bernardinas finales, muy ajustadas, pero ya para entonces la faena estaba hecha.

Ginés Marín, que lució más en quites de toro ajeno que en el propio, primero por gaoneras y luego con chicuelitas, se encontraba en segundo lugar con otro toro con movilidad, pareciendo constatarse que la segunda parte de la corrida iba a ser mejor que la primera. Fue un espejismo, ya que tras tragarse una primera tanda le echó los pitones arriba y al pecho, en una situación de auténtico peligro. Derrochando valor, se jugó una cornada que, afortunadamente, no llegó.

Málaga es una tierra hospitalaria, y ha tomado como suyo a un torero nacido en Perú pero que eligió esta tierra para convertirse en matador de toros. Joaquín Galdós se encuentra agradecido, y quiso significarlo en un brindis al director de la Escuela Taurina, Oscar Plaza. Estaba deseoso de triunfar, a la vez que responsabilizado de conocer la trascendencia de la tarde. Sin embargo, ya de salida el toro le advirtió colándose por el pitón derecho en el recibo de capote a la muleta. Mantuvo este defecto en quites y así la faena fue, casi exclusivamente, por el pitón izquierdo. Por allí, aunque fuera de uno en uno, el manso de Domecq se los tragaba; aunque tenía que ser con la mano alta porque cuando le exigía se caía. Aunque consiguió encelarlo, el resultado fue muy soso por la condición del animal.

Habrá que esperarlo en una nueva ocasión, porque ayer resultó imposible. El último fue un quiero y no puedo por parte de otro manso que tampoco quiso seguir el engaño que le presentaba su lidiador y, como sus hermanos, terminó rajado. Tanto que se echó antes de que entrara a matar. Desesperante.